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Relatos

Seudónimo: Saireva

Titulo: Mi Ángel
 

Aquella tarde estaba sentada escuchando una ponencia en la facultad, apenas contaba con 25 años, una carrera por terminar, una vida por delante, muchos sueños por cumplir, un hijo de tres años al que criar, unos sentimientos que aclarar... Mientras oía al ponente, un escritor de fama reconocida, fantaseaba ser ella la que un día diese una conferencia sobre sus libros a jóvenes, que como ella, soñaban con ser escritores; “sólo es un sueño” se decía “no tengo ni la calidad, ni el talento, ni la suerte para ello... ¡¡Despierta ya!!”.

Antes de tener a su hijo quería ser una escritora de renombre, ganar algunos premios y que se reconociese su talento, pero con la inesperada llegada al mundo de Ángel todo había cambiado. Ella siempre dijo que esperaría a acabar la carrera y tener un trabajo estable para tener hijos; sin embargo un cúmulo de circunstancias, el amor, la juventud, la mala suerte..., se aliaron para que esto no fuera así.

Al terminar la conferencia volvió a su casa donde la esperaban su hijo, su novio, sus miedos... Por el camino repasaba la lista de cosas que tenía que hacer, poner la lavadora, preparar la cena, pasar apuntes, bañar a su angelito... ; pero seguramente después de esto sacaría algún rato para hablar con sus amigos, los confesores de su alma. Su vida se había convertido en pura rutina y no sabía cuándo ni cómo ocurrió.

Al llegar a casa Rubén y Ángel la recibieron con un beso cada uno; cuando tocó al niño lo notó muy caliente, le puso el termómetro y comprobó lo que sospechaba, su pequeñín tenía fiebre otra vez, para bajársela lo metió en la bañera con la temperatura unos grados por debajo de la temperatura que tenía el niño, como su madre hacía con ella cuando era pequeña. Cuando la fiebre despareció le acostó, normalmente le costaba mucho que se durmiera pero aquella noche se quedó dormidito nada más meterlo en la cama, la fiebre le había dejado exhausto. Estaba preocupada por su hijo porque llevaba una temporada mal, triste, decaído, cada poco estaba con fiebre, se cansaba mucho.

Mientras estaba con el niño, Rubén había empezado a preparar la cena, ella llegó a la cocina y desde la puerta se quedo mirándole cómo cocinaba. Empezó a pensar en ellos dos, a recordar momentos. Se conocieron cuando ella estaba embarazada; él fue uno de sus principales apoyos, él, su familia y sus tres ángeles de la guarda, sus tres mejores amigos. A ellos se les sumó Rubén, un médico en prácticas, de unos 27 años, moreno, alto, simpático, con unos ojos negros en los que le gustaba perderse. Se conocieron en una de sus revisiones ginecológicas, se cayeron bien y un día ella recibió una llamada del chico de ojos negros con el que tanto se reía. Poco a poco se fueron conociendo, poco a poco se fueron tomando cariño, y al final Cupido los fue uniendo por el amor. Ella sabía que él no era el hombre de su vida, ése era el padre de Ángel, pero en Rubén veía un buen padre, un buen compañero y además le quería y sabía que podía hacerle feliz. Lo que más le agradecía a Rubén es que nunca le preguntó quién era el padre del niño, no le hacía falta; él sabía que a ella esa pregunta podía hacerla daño y no quería que eso pasase, además consideraba que él era el padre del niño, porque era quién lo estaba criando y a quién Ángel llamaba papá.

       Tengo que llevar al niño al médico, lleva unos días mal.

       Sí ya lo he notado, he hablado hoy con Jesús a ver qué me comentaba sobre el tema y me dijo que si le subía la fiebre otra vez le llevásemos para hacerle unas pruebas; pero tú tranquila que seguramente no será nada.

       Rubén, ¿por qué eres tan bueno con nosotros?

       Porque os quiero, sois mi familia, mi vida... Anda vete a estudiar que estás casi en los últimos exámenes, ya acabo yo con esto. Por cierto, me gustó eso que escribiste; eres buena, no entiendo porque no quieres mandarlo a la revista.

       Cielo tú no eres objetivo y no tiene la calidad suficiente... Bueno voy a estudiar un ratillo que luego quiero hablar con éstos, cuando esté la cena llámame.

Cuando terminó de cocinar, Rubén fue hasta el despacho donde ella estaba estudiando y con un suave beso en el cuello le dijo que ya podían ir a cenar. Durante la cena hablaron sobre el día que habían tenido, sobre la salud del niño; a ella se le iluminaban los ojos al contarle todo lo que había oído en la conferencia “algún día serás tú quién dé esas conferencias, cielo, ya lo verás”, ella le miró y sonrió.

Al terminar de cenar, fregó y se sentó frente al ordenador para hablar y reírse con sus amigos; al principio la notaron preocupada, les contó que el niño no estaba bien, pero luego todo fue como siempre. Se acostó pronto porque tenía que llevar al niño al médico.

Cuando llegaron de la consulta del pediatra, tras hacerle las pruebas al niño, recibió la llamada de una de sus profesoras que le había preparado una cita para esa tarde con el escritor que había dado la conferencia el día anterior; al parecer la profesora le había dejado alguno de sus trabajos y a Juan José, le habían gustado. Al llegar al lugar de la cita, se encontraba muy nerviosa, no sabía de que querían hablar con ella.

Tras un rato conversando Juan José le dijo “Mira Elisa, me gusta como escribes, tu forma de desarrollar las historias es buena, por eso, si tú quieres, yo seré algo así como tu mecenas, te ayudaré a pulir algunos detalles y a conseguir un editor para tu primer libro; luego, con la calidad que tienes, no te hará falta más ayuda, sólo necesitas el primer empujón”. Ella aceptó sin vacilar la proposición, no podía creer lo que estaba pasando. Tras esto, él se tenía que ir así que intercambiaron los teléfonos y quedaron para verse un mes más tarde.

Al llegar a casa no sabía que hacer ni que decir, cuando vio a Rubén sólo podía llorar de la alegría, uno de sus sueños estaba a punto de cumplirse y eso le provocaba una inmensa felicidad. Esa noche decidieron celebrarlo así que llamó a sus amigos, pidieron comida china y estuvieron toda la noche brindando por la buena noticia. Entre sus amigos también estaba Daniel, el padre de su hijo. Él había sido su novio cuando eran unos críos aún pero tuvieron que cortar porque la familia quería algo mejor que una chica de barrio para su hijo; así que cuando Elisa se enteró de que estaba esperando a Ángel no le dijo nada, no quería que el niño sufriese el rechazo que vivió ella. A pesar de todo lo que vivieron juntos, se llevaban bien, y a Daniel se le caía la baba al ver y jugar con el niño, sería porque tal vez es verdad que la sangre llama a la sangre.

Ese día tenían que ir a buscar las pruebas de niño; para entonces ella ya había terminado los exámenes y ya era una licenciada, estaba empezando a desempolvar relatos que un día había empezado pero que luego había abandonado. Al ver el resultado de todas los estudios el médico cambió el gesto y dijo “ante todo tienes que estar tranquila porque el niño te va a necesitar, ya sabemos lo que le pasa y... no es bueno. Ángel tiene leucemia y posiblemente necesitará un trasplante de médula. Yo nunca he preguntado quién es el padre, sólo sé que no es Rubén, pero ahora tal vez necesites que él done su médula para salvar al niño así que ha llegado el momento de que asuma su paternidad”. Salió de la consulta llorando, mirando a su angelito y con una cita para el día siguiente con el oncólogo. Al llegar a casa le contó todo a Rubén “cariño, ahora mismo, tienes que llamar al padre del niño y exigirle que te ayude, que done su médula, no por ti, ni por él, sino por Ángel. Es lo mejor”.

Esa misma tarde quedó con Daniel en su casa para hablar, para contarle todo y pedirle ayuda; había llegado el momento de poner las cartas sobre la mesa, por mucho que esto doliese; Rubén tenía guardia esa tarde, así que estarían los tres solos. Cuando llegó, Dani se puso a jugar con Ángel y preguntó que cuál era la urgencia.

        Dani quiero que sepas algo que me he callado durante mucho tiempo. Te lo digo ahora porque no me queda más remedio. Ángel es tu hijo, tiene leucemia y posiblemente necesitará tu médula -las palabras entraron por sus oídos y provocaron un terremoto dentro de su cabeza-. No te pediré ninguna pensión ni nada por el estilo; sólo te pido que me ayudes a salvar a mi hijo, a mi ángel.

        Tres años, me has ocultado esto durante tres años. Tres años pensando que el niño era de Rubén. No puedo creer que me hayas hecho esto.

        No podía decírtelo, no quería que tu familia tratase a mi hijo cómo lo hicieron conmigo; además lo nuestro había acabado y Rubén llegó después, cuando ya estaba embarazada.

        Por ti y por mi hijo hubiera dejado a mi familia... Tres años, Dios...

        Mañana tengo que ir al oncólogo con el niño, sería bueno que vinieses para empezar a prepararos para el trasplante y demás.

        Iré, pero no puedo creer que me lo ocultases.

Al día siguiente fue a buscarlos a casa y se fueron juntos al hospital, en ese momento Rubén supo por fin quién era el padre del niño. Los tres entraron en la consulta, se entrevistaron con el médico y planearon la operación para dos semanas más tarde.

Durante esas dos semanas Elisa permitió que Daniel disfrutase de su hijo, siempre con ella y Rubén cerca. El niño se sentía a gusto con su padre y Rubén comenzó a sentir celos y miedo de que le quitase el cariño del niño que él había criado y también de la mujer que quería.

El día de la operación llegó casi sin avisar, todos estaban en un manojo de nervios. Elisa acompañó a su niño y al padre hasta el quirófano; allí Daniel le pidió que volvieran a estar juntos, y que formasen una familia los tres, ella sólo supo contestarle que cuando saliese de todo aquello hablarían. La operación duró unas horas que fueron interminables, pero cuando los médicos salieron del quirófano aseguraron que había sido un éxito.

Los días ingresado en el hospital fueron bastantes pero menos de los que en un principio se creía, porque el niño se estaba recuperando a gran velocidad. Elisa nunca podría terminar de elogiar el trato tan humano que había recibido del personal sanitario. Daniel iba todos los días a ver a su hijo, cuando iba se ponía a jugar con él, mientras Elisa les miraba desde la otra silla, a veces jugaba ella también, otras, las más, sólo les contemplaba y pensaba en cómo le estaba ayudando jugar con su padre. Rubén se sentía desplazado, pero sabía que ése era su sino, él les quería, pero tenía que dejarles volar si era lo que ellos decidían.

Cuando terminó la hospitalización y el médico les comunicó que no había rastro de leucemia ya, Daniel volvió a pedirle a Elisa que formasen una familia, los tres, su hijo y ellos; le confesó que nunca había dejado de amarla pero que no podía hacer nada más que morirse de tristeza cuando la veía con Rubén.

        Dani no sé lo que haré, no sé lo que pasará, sólo sé que quiero descansar, pensar y comenzar con mi libro, con mi Ángel a mi lado, el tiempo dirá que pasará con nosotros...

 

© Saireva

 

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