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RelatosSeudónimo: Leandro
Titulo: El vacío de la excursión
Aquel domingo se levantaba la niebla y con ella se iban muchísimas cosas aparte de una grandísima persona.
Salían los primeros rayos de sol, para mi inexistentes. Dentro de mi cabeza no había vida, estaba todo en blanco, vacío, triste. La niebla había desaparecido del entorno y se había metido en mi cabeza.
¿Cómo es posible que tantas sensaciones, tantos momentos, tantas risas, pasen en tan pocos segundos, reflejados como si fueran un cortometraje? Aparece lo mejor, sin fallos y sin falsas tomas, no tiene explicación factible, como tantas otras cosas en esta vida. Pero la sensación de impotencia que nos deja, hace que no encuentre él “por qué” de lo sucedido.
Todo era un murmullo de conversaciones y de llantos que yo sentía a lo lejos, como si pasase en el piso de arriba, lo único que se paseaba por mi mente aparte de la abstracta película, era una única y solitaria frase
“!Miguel despiértate, Miguel levántate!“.
Se acababan de desvanecer muchísimas ilusiones, muchísimos planes, acababan de desaparecer 28 inviernos hogareños de una feliz y entrañable familia. Más terrible aún, se rompía una futura ilusión con fecha de inicio. Se ponían a prueba muchísimos sentimientos, entre ellos el de un gran amor infinito. Jamás se inventará una vía de desecho tan rápida como la de la tragedia.
Te repites una y otra vez ”esto no puede ser” pero sí, sí que sucede y tanto que sucede y lo vas a recordar el resto de tus días. Es el día de una de las excursiones de Satán a la tierra.
Esta vez me tocaba a mí verlo de cerca, hacía tiempo que no lo vivía, desde la muerte de mi madre, pero lo anormal no era que volviese, si no que se llevase a alguien tan impensable.
Lo doloroso de estos desgarros del Diablo no es su fuerza, es la sorpresa, el golpe, el mismo zarpazo esperado no es el mismo, el tiempo es nuestro aliado en las tragedias, por desgracia siempre es mínimo el que existe.
Todo llega rápido como un flash y tarda en desaparecer de nuestra mente como el deslumbramiento posterior.
La vida golpea duramente, pero esta vez hizo mella en mí. Una vez más la excursión del Ángel caído me enseña que debemos vivir el día a día, que no podemos dejar nada de felicidad en la recámara, por que se nos caduca.
Vivir respetando, pero sin pausa, querer intensamente. Reglas que están ahí y que no hacemos caso, pero que poco a poco el tiempo nos va a ir recordando una a una a lo largo de nuestra vida.
Deberíamos aprovechar las sobredosis de felicidad que nos brinda el mundo en algunos momentos y guardar un poco para cuando la tragedia nos golpea y poder salir adelante mas fácilmente, aunque esto no es posible, por que sino la vida no sería ella.
Creo que cuando se escribe debe servir para algo, en este caso a mí me sirve para intentar plasmar el vacío que siento en estas ocasiones y quisiera que quien lea esto y se sienta identificado pueda decir que sí, mientras mueva la cabeza y se acuerde de las grandísimas personas que nos dejan y del gran cariño que les teníamos, que les seguiremos teniendo mientras los inmortalizamos en nuestro particular y único cortometraje.
Miguel finalmente fue enterrado un día triste y lluvioso, hasta el momento en que su alma llegó a lo más alto del cielo en el que unos destellos de sol hacían brillar las gotas de agua que posaban encima de las hojas, parecía como si la tierra brillase, pero no era así, la tierra lloraba¡Lloraba la muerte de mi amigo Miguel!
© Leandro
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