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RelatosSeudónimo: Juana Escribá
Titulo: La cámara indiscreta y otros diálogos
No sé si todo el mundo siente tanta curiosidad por sus vecinos como yo la siento. La verdad es que es una enfermedad; y la verdad es que también acaba siendo una frustración. Ya me dirán: no todos, ni muchos, están dispuestos a abrir su corazón a una vecina tan ávida por entresacar el alma de cada uno. La constatación, al cabo de los años, de lo que he conseguido con ejemplos contadísimos es origen de uno de mis mayores fracasos. Con una información tan parca como escasa, poco podré contarles del alma humana; porque ¿qué mejor sería haber contado con un vecindario colaborador, al que tenía la intención de utilizar de muestra, más o menos representativa, de lo que nos podemos encontrar entre nuestros semejantes? Sirva por delante que imaginaba que el azar ya se había ocupado de brindarme entre los vecinos una porción representativa de las infinitas clases de humanos - con el tiempo han llegado vecinos de todos los colores (de piel, me refiero), e incluso me atrevo a decir que con diferencias notables entre sus economías domésticas (a juzgar por la marca de los coches que manejan, un índice como otro cualquiera para medir su potencial adquisitivo, sea robado o propio, quedamos en que potencial es); y que con esto, tendría más que resuelto el problema del material de almas.
Desgraciadamente ha resultado no ser así. Les juro que no ha sido por mi culpa, porque yo por más que les he facilitado las cosas, que les he demostrado una y cien veces que soy toda oídos, que siempre tengo sal, aceite, huevos y azúcar, que mi hombro es mucho mejor que un pañuelo para las lágrimas, no ha habido forma entre el cielo y la tierra de sacar mucho en limpio.
Miento. Hay un caso que ha sido muy generoso conmigo. De él les voy a contar algo, como pequeño ensayo de un alma en solitario, puesto que hace tiempo que he renunciado al rampante proyecto cuya premisa descansaba en el alma humana, de la que pensaba tener mucha información y extraer juicios universales tras los sustanciosos y frecuentes encuentros con mis vecinos.
De todos ellos, lo único que he logrado sustraer es una clasificación donde tipifico los tres tipos de saludos que indefectiblemente me encuentro a la puerta del ascensor o, si es caso, a pocos metros de distancia del portal. En primer lugar están aquellos vecinos de mirada huidiza no identificados (a no ser que les sorprendas abriendo el buzón para coger la correspondencia, y le eches un vistazo al casillero una vez te asegures de que te encuentras sola); se caracterizan por un saludo monótono en voz baja y normalmente abreviado. Los segundos de la clasificación siguen fielmente el lema aristotélico de que la virtud se encuentra entre dos extremos. Saludan en voz alta y más expresiva, comentan las contingencias del tiempo meteorológico, y pueden atreverse con alguna carantoña verbal y hasta gestual hacia tus vástagos. En el otro extremo estábamos Arturo y yo. Como yo ya me conozco, no pienso ni por lo más preciado robarles un minuto más contándoles con qué absurdas manías malgasto mi tiempo. Sin comerlo ni beberlo ya se me ha escapado la mayor, para qué seguir.
Arturo ha sido, por si no lo sabían, mi vecino favorito. Aparte de su nombre, lo que más me gusta de él son sus manías. Como buen solitario tiene muchas, de las cuales la más estrafalaria ha sido mirar, escarbar y recordar con memoria fotográfica lo que contienen las basuras de las casas que visitaba. Gracias a su profesión tuvo la oportunidad de visitar muchas. Pero claro, la dificultad de su manía estaba en cómo ingeniárselas hasta llegar a las basuras de las casas visitadas sin levantar sospechas. Se imaginarán que lo que voy a relatarles ha sido a cuenta de que Arturo meta la mano hasta el fondo de los cubos. A simple vista, me comprenden, es imposible verlo todo. Por otro lado, el tacto, como dice Arturo, te da otra dimensión de las cosas. No es lo mismo ver que tocar, como tampoco es lo mismo ver y tocar que ver o tocar.
Arturo era médico internista. En esta ciudad un día se pensó que la falta de camas en el hospital podría aliviarse con las visitas a domicilio. En esta plaza Arturo entrevió su salvación. También como yo es un escrutador de almas; y mirar las basuras que depositan estas almas es un indicio científico como otro cualquiera para vislumbrar su reflejo. “Todos los días nos desprendemos de lo que somos”, me dijo un día filosófico, y yo, por no estropearle la reflexión, pensé hacia mis adentros “ya me cuesta pensar que quedará de nosotros al cabo de cien días, conque toda una vida…en fin, él se entenderá”.
A raíz de tomar posesión de la plaza como médico internista ambulante, Arturo empezó a pergeñar un plan que le llevara a culminar a la perfección el cultivo de esta extraña afición. Antes de estrenarse como fotógrafo de despojos tuvo un duro período de entrenamiento. Así en una de las primeras visitas dijo:
-Necesito lavarme las manos.
-Tiene el baño al fondo, la última puerta a la derecha.
-Los baños me dan claustrofobia.
-¡Pero hombre, un médico con claustrofobia!, ¿No cree que sería lo mejor solicitar cama de hospital por vía de urgencia?
-No Señora, ha dicho al fondo a la derecha. Si tiene espejo mi claustrofobia se pasa.
-¿Ha visto alguna vez un baño sin espejo?
- Sí señora, he visto hasta un baño en un agujero de tierra.
En fin, al principio a Arturo le imponían los comentarios de los pacientes, y sobre todo los de sus acompañantes, quienes se mostraban más enérgicos por aquello de que, en comparación, no les faltaba la salud.
Con el tiempo Arturo se fue sobreponiendo a las impertinencias, y aprendió a salir del paso con naturalidad ante las situaciones difíciles.
- Señora, ¿su cocina tiene ventana al exterior y su baño no?
- Pues sí, ¿cómo lo sabe?
- Como usted comprenderá, he visto muchas casas. Si no le importa necesito lavarme las manos y limpiar mis instrumentos en privado. El aire me sienta bien. Me ayuda a concentrarme en mi trabajo.
- Como guste.
De este modo, tras muchos ensayos en casa, y conversaciones estratégicas en este sentido, Arturo se fue metiendo en las basuras de sus pacientes.
Pero un día su suerte cambió. Aquel día aciago vino a pedirme sal para sus alcachofas, algo más temprano que la hora acostumbrada.
- Hoy ha pasado algo en la visita médica de la mañana. Me han sorprendido in fraganti escarbando en una basura donde había encontrado el alma de mi denunciante.
He de confesarles que siempre se me han dado muy mal las primeras reacciones ante situaciones graves.
-¿qué es lo que has encontrado en el cubo?
Pero Arturo, siempre tan sorprendente, pareció no darle importancia.
- Dos filetes de lomo manchados de salsa marrón, una cantidad considerable de puré verde oscuro, algunas mondas de patata, las puntas y las hebras de unas cuantas alubias verdes, vidrios rotos, dos botellines de etiqueta roja casi vacíos goteando todavía un líquido marrón y azucarado, dos tetrabricks blancos con una franja de color distinto cada uno y cuatro revistas viejas del corazón.
Gracias al carácter minucioso de su descripción tuve el tiempo necesario para darme cuenta de mi equivocación.
-¿Qué te va a pasar ahora?
- Me van a poner una denuncia por abuso de la intimidad y escrutinio indebido de desperdicios. También me previno sobre una segunda posible denuncia por voyeurismo de desechos orgánicos ... e inorgánicos, que se encontraban revueltos en el mismo cubo en el momento del delito. De esta última observación tuve que informar a mi denunciante, lo que todavía,creo, le enfureció más.
- Arturo...
Han pasado ya dos meses de este turbio asunto, y Arturo ya está en la cárcel pagando por la doble acusación de manipulación perniciosa de restos orgánicos y materiales reciclables, y de la apropiación indebida de la intimidad de las basuras de personas privadas.
De paso les cuento otra manía suya pues no me ha dejado buscarle un buen abogado privado. Defiende que lo suyo debía llevarlo un chico de turno de oficio, que ante la ley no quiere hacer distingos.
Su juicio sumario e inmediatamente posterior encarcelamiento coincidió con la promulgación de la ley orgánica conocida bajo el lema “cárcel ya a los delitos frescos”, desgraciada circunstancia que se unió al no menos desgraciado hecho del abogado de oficio que le tocó en gracia, quien no parecía tener muy claro la diferencia entre una ley orgánica y un reglamento derivado a un mes de haber finalizado su carrera de derecho.
Hoy he estado a verle. Le he llevado unas alcachofas a la navarra correctamente sazonadas. Nuestra conversación ha girado en torno a nuestro tema común favorito: las almas, que de paso les transcribo por si alguno de ustedes le saca provecho.
- ¿Sabes? He perdido el gusto por las alcachofas. Tíralas cuando llegues a casa.
- No pienso hacerlo en un planeta como éste con cada vez menos recursos.
- No sé por qué te empeñas en cuidar de este planeta, ¿no crees que va siendo hora de que nos extingamos?
- Me importa la humanidad y su conservación en tanto que depositarios que somos de la conciencia universal.
- Pero ¿de qué pedanterías de conciencia me hablas?. O es que no lo ves. El Universo hace tiempo que se ha cansado de nuestras travesuras. ¿Qué haces tú con tus dos basuritas y tus ahorros gastronómicos ante la voracidad de nuestro progreso?
- Calla exmédico. Lucho por un hombre que fabrique el sueño más bonito y que el reflejo no le devuelva como una entropía sucia y degenerada, Si formamos parte de un sueño, nuestro sueño de dignidad nos obliga a hacerlo limpio y bello.
- Realmente te das cuenta de que vamos por el mejor camino, sentimentaloide.
- Y tu cínico, Arturo, ¿ves?, las mismas fuerzas que rigen el universo. El sentimentalismo en su permanente devenir expansivo al lado del cinismo en un homólogo devenir contractivo. Conseguiremos el equilibrio. ¿Qué vas a hacer cuando salgas?
- Me voy a dedicar a la fotografía. Voy a fotografiar lo que hay dentro de los contenedores, y...además te quería preguntar algo.
- Adelante.
- ¿Me dejas vivir contigo cuando salga de aquí?
- Si las fotos son bonitas, sí. A lo mejor esconden el alma colectiva. Es nuestra oportunidad, Arturo.
© Juana Escribá
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