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RelatosSeudónimo: Rey Bach
Titulo: Caído del cielo
Si pudiera hablar ahora que no tengo fuerzas les diría algo a estos dos que me miran entre aterrorizados y curiosos. Supongo que es normal que estén tan asustados porque he ido a parar a lo que parece un gallinero que de seguro es suyo, porque han salido de esa portezuela que está justo delante y que debe llevar a su casa. Les escucho decir que qué puedo hacer yo ahí, que cómo es que he aparecido de repente y que qué es lo que soy yo, que tengo aspecto de hombre pero con unas alas pegadas a mi espalda y que bien miradas son unas alas extrañas porque no me las ven completas, y piensan que les faltan plumas y que a lo mejor es por eso que estoy ahí porque no tengo las plumas suficientes y por algo habré ido a parar a su gallinero...
Y que te digo yo que esto no puede ser normal —le dice ella a él—. Y que yo te digo que esto no puede traer nada malo—le dice él a ella—. Y ella venga a pensar en desgracias y él venga a decirle que esté tranquila, que ya hablarán conmigo en cuanto me vean repuesto.
Ella no se atreve a acercarse y se queda al lado de la portezuela; él, en cambio, se atreve a venir hasta las rejas del gallinero para mirarme más de cerca, y me observa con cara de rareza porque le pareceré raro; yo no me he visto desde fuera, y menos con los ojos de él, que guardan lo que han visto antes para saber lo que ven ahora. Y sí, le parezco extraño, y se lo dice a ella, y ella que no se acerca aunque él diga que aunque raro me piensa inofensivo.
Y se me acerca tanto que me apetece decirle algo, y lo intento, de veras que sí; aunque estando tan cansado no sé yo si podré hablar; y yo creo que hablo pero será que no se me oye o no se me entiende porque después de intentarlo oigo que qué será lo que esa cosa dice, o que de qué país tendrá que venir para no entendérsele nada; será mejor que no lo intente más porque no tengo ya más fuerzas, y se me cierran los ojos y parece que se den cuenta porque él le dice a ella que cree que estoy bajando los ojos, y que es como cuando ellos se duermen, y ella le dice que cómo va a ser igual, que esa cosa que soy yo no se va a dormir igual que las personas que son ellos, porque ella sabe que eso es lo que son y lo que han sido siempre...
Cuando vuelvo a abrir los ojos, él sigue en el mismo sitio que estaba, y ella un poco más cerca, sólo un poquito que cuando me dormí, pero hay más gente...
—Pero... ¡seréis ignorantes! ; ¡es un ángel! Eso es lo que tenéis aquí y no otra cosa; ¡seguro!
La que así hablaba parecía tener cierto ascendiente sobre los demás y nadie fue capaz de llevarle la contraria.
—Veis las alas, ¿no? Pues que más queréis. ¿Qué otra cosa puede llevar alas?
—Pero... ¿aquí, en Cubelles?—replicó otra mujer, situada en segunda fila del espectáculo, o sea, de mí.
—Pues sí, en Cubelles, a ver si aquí no se puede caer un ángel, porque está claro que se ha caído.
La mujer que llevaba la voz cantante empleaba un tono de seguridad en su voz que ya empezaba a convencerme...
—Pero justo aquí, en mi casa, en mi gallinero; no sé...
—Es un milagro—aseguró la mujer dominante—. Ha sido aquí, con tus cluecas, como podía haber sido en cualquier otra parte; ¿o es que alguien sabe algo de milagros?
Nadie le respondió; yo intenté responder pero debe ser que no me entienden o que todavía estoy bajo los efectos del golpe y no consigo hablar claro, o es que lo que yo entiendo por hablar claro, para ellos no lo es...
—Parece que quiere decirnos algo—grita la mujer dominante—.
—Yo, desde luego, no entiendo nada—dice una voz del grupo.
Y lo intento un poco más hasta que me doy cuenta de que es inútil y dejo de intentarlo y me toco las alas para ver cómo están y eso parece que les anima a seguir hablando sobre mí y sobre lo que hago allí, rodeado de gallinas cluecas, que dicho sea de paso, parecen haberse acostumbrado a que esté con ellas.
Y ahora veo que se hace de noche; se han ido ya todos, y los únicos que se quedan y que unas veces me miran y otras no son el hombre y la mujer de la casa, y les oigo decir que cuánta gente ha estado en el patio esa tarde, y que a lo mejor era buena idea cobrarles un dinero para entrar y que mucha gente, y no sólo de Cubelles sino también de la capital, pagaría con gusto sus buenos pesos por ver al ángel, que ahora que la Carmen había dicho que yo era un ángel, a ver quién se iba a atrever a decir lo contrario, y que si ellos, al fin y al cabo, habían tenido la suerte de que un ángel hubiera caído en su gallinero, por qué no iban a sacarle un provecho, que la verdad que las últimas lluvias habían hecho que pescaran bastantes cangrejos, más que otros años, pero que tampoco los bastantes como para sacarles de pobres, y entonces ella dijo que aunque lloviera como cuando Noé y su arca, nunca iba a llover bastante como para sacarles de los cangrejos y las gallinas, y que a lo mejor era por eso que yo les había caído allí, que a lo mejor era ése el milagro y no el que la gente decía...
Y estuvieron de acuerdo en cobrar una entrada a partir del día siguiente, y yo estuve a punto de decirles que no era lo más apropiado, pero no lo hice, un poco porque pensé que total no me iban a entender, y otro poco porque después de un rato ya no me pareció tan inapropiado, sino que a lo mejor era por eso que me había caído aquí...
Y no me molestó que al día siguiente viniera la gente a verme después de pagar una entrada, no, sino que lo que sí lo hizo fue el que pagarla les hiciera pensar que tenían más derechos que el de mi sola contemplación:
—Venga; haz algo, ángel de gallinero... —decía uno.
—Eso, venga, que he pagado por ver algo más que un ángel caído y derrotado. Fijaos lo gordo que está—decía otra.
Se me quitaban las ganas hasta de mirarme las plumas con todos ésos delante de mí, deseando que el espectáculo fuera un poco más allá de su dinero para sentirse complacidos.
Por las noches, la pareja de la casa solía quedarse en el patio a contar lo que había recaudado y a comentar lo bien que les iba la vaina de que yo estuviera allí, con sus cluecas. Una de esas noches, ella le comentó a él que la recaudación estaba bajando...
—Mira—le dijo él a ella—; no te lo quería decir, pero no me queda más remedio: aquí mismo, en Cubelles, hay una muy gorda montada en casa de Heriberto...
—Pero, ¿qué? ; ¿acaso puede competir con nuestro ángel?—le dijo ella a él.
—Me temo que sí—le dijo él a ella: ha aparecido en la huerta de Heriberto una araña, que dicen que es tarántula, pero del tamaño de un conejo o incluso más grande, según algunos que la han visto, y ya sabes que la gente dice que nuestro ángel es muy soso, y yo no quiero criticarlo pero no ha hecho nada extraordinario, y digo yo que un ángel lo tendría que hacer; además, han puesto las entradas muy baratas, no creo que podamos competir. De todas maneras no deberíamos quejarnos; tampoco es que nos haya ido mal con nuestro ángel, piensa en la de tiempo que hace que no vamos a por los cangrejos...
—Ya... si es por el ángel también... la pena es no poder entenderle, porque a veces parece que hablara, ¿verdad?
—Sí, sí, igual que ahora; ¡míralo!
Y yo les hablaba pero ellos seguían sin entenderme, e incluso él llegó a pensar que yo tenía que hablar en sueco, y que a lo mejor no era más que un marinero, que él sabe que hay muchos que son de allí.
Les miré y les sonreí: eso les extrañó. Miré mis alas con muchas más plumas que cuando llegué. Dormí.
A la mañana siguiente, antes de que se despertasen las gallinas, volé hacia el horizonte donde estaba el sol; me quedaba mucho por recorrer así que no estaba de más haber madrugado...
© Rey Bach
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