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Inmaculada Sánchez Ramos |
- Buenos días. Está Andrés, pregunto. - No. ¿De parte de quién?. - Soy Inmaculada Sánchez Ramos. - Le dejo algún recado. Inquiere amablemente mi interlocutor. - No, no, no se preocupe. Lo llamaré en otro momento, es sólo para charlar un rato.
Esta es una conversación que muy frecuentemente mantenemos. Conversación a la que no le damos la mayor importancia, y, sin embargo, creo, que hacemos mal por ello.
A todos nos apetece hablar con un amigo, largo y tendido, sin prisas, sin temas concretos que tratar, sin necesidad de un motivo práctico por el cual comunicarnos. Simplemente, sin más que para hablar, para saber que tal, para que sepa que está en nuestra mente, que de vez en cuando nos acordamos de él, que su vida no nos es ajena, que sus triunfos nos alegran, que sus penas nos entristecen. En definitiva, que configura parte de nuestra vida y por tanto de nuestro ser, que nos hace y nos construye.
¿Hace falta más motivo?, ¿Es necesario más excusa?. Creo que no, simple y sublimemente llamamos sólo para hablar, nada más, ni… nada menos que para charlar.
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