Con sentido crítico

   

 

El coloso en llamas

 

Durante la noche del sábado 12 de febrero de 2005, como es del dominio público, se produjo el incendio de la torre Windsor de Madrid y mientras contemplaba in situ y en directo el “espectáculo”-de hecho, parecía una auténtica falla- se me convocaban un tumulto de pensamientos y se agolpaban en mi cabeza, sin orden ni concierto.

El crepitar del fuego, el fuerte olor a quemado, la perplejidad de ánimo e incluso la incredulidad ante tamaño acontecimiento hace que, en los primeros momentos, la mente se abotargue.  A eso de las 4 de la mañana, cuando las llamas traspasaron la planta 17 y se vieron las imágenes más “artísticas” debido al derrumbe de la fachada, fue cuando se perdió toda esperanza de frenar el incendio hasta la consumación total del edificio.  Cuando salí de ese ensimismamiento, de ese coma colectivo y asumí que lo que estaba viviendo era verdad, que no estaba soñando, que todo esto no era una pesadilla, fue cuando comencé a pensar en las consecuencias reales y los problemas que suscitan el asunto. Fue entonces, cuando pensamientos de orden más práctico empezaron a deambular por mi mente y me hacía toda suerte de preguntas. La primera y más inmediata era relativa a la firma de Auditoría “Deloitte and Touch”. ¿Recuperará su pulso habitual?. Es cierto, que en ese tipo de empresas hay planes de contingencias y de continuidad del negocio, pensaba, pero no es menos cierto, que a la hora de la aplicación de los procedimientos encaminados a cubrir las futuras potenciales contingencias, se suele perder el celo inicial  (v.g, escanear documentos importantes de oficio, realizar las copias de seguridad regularmente, etc).  Y…. ¿qué me dicen de las empresas aseguradoras, serán “la segunda parte del siniestro” o, más al contrario, tendrán problemas ellas para hacer frente al mismo?, ¿quién indemnizará al pequeño comercio de los aledaños por su pérdida de negocio?. Raimundo Fernández Villaverde es una calle de mucha actividad comercial y su comercio estaba siendo afectado por las obras de Cuatro Caminos.  Estas obras estaban a punto de finalizar y con ellas la caída de la cifra de ventas que provocaba. Cuando ya se las prometían muy felices resulta que les sobreviene otro acontecimiento que les va a impactar fuertemente en su negocio.  En definitiva, aun quedan muchos flecos pendientes y sobre todo una larga agonía por delante. El desastre del edificio Windsor no ha hecho más que empezar.

Los que hemos visto construir todo ese barrio, toda la manzana financiera y esa misma torre, la noche del 12 febrero sentimos una especie de nostalgia que nos indicó que algo nuestro ha muerto. ¿Cuántas veces habíamos pasado al lado?, ¿Cuántos recuerdos personales se nos han hecho presentes? ¿Cuántos retazos de nuestra vida han transcurrido en su alrededores?. El saber que nunca más vamos a poder ver sobre la línea del cielo de Madrid al Windsor nos devuelve a la realidad de nuestra pequeñez y de nuestra exigüidad, a la reflexión de nuestra propia verdad. Este espectáculo apocalíptico nos hace caer en la cuenta que siempre hay torres más altas que hayan caído y nos convoca a la humildad y a la sencillez.

 

Inmaculada Sánchez Ramos

 

                                  © Canal Literatura 2004