Juan cruzaba el semáforo, algo atolondradamente, para no llegar tarde a
una comida de trabajo en la que se ultimaría un negocio, de nada menos,
que unos dos millones de euros. Era agosto y hacía un calor sofocante,
un calor seco y abrupto.
- Perdona Juan que te haya sacado de tus vacaciones, pero creo, que la
ocasión lo merece, dijo Elena después de las protocolarias palabras de
saludo.
- No hay ningún problema, contestó Juan.
- Los señores, ¿desean algo de aperitivo?, inquirió el camarero.
- No, expuso Elena, de un modo taxativo. ¡Bueno!..., quizá tú, quieras
alguna cosa.
- No, pidamos directamente. ¿Qué nos recomienda?, preguntó Juan.
- Como sabe doña Elena el bacalao es nuestra especialidad.
- Está espléndido, dijo ella. Sirven una fuente, para dos personas hecho
de distintos modos, ¿si te parece, pedimos una ensalada al centro y como
plato principal el de bacalao?.
- Sí, perfecto, concluyó Juan.
- Bien, como imaginas, el último consejo de administración ha aprobado
el plan de desarrollo de negocio en Latinoamérica y dentro de ese marco,
se encuentra el proyecto Rubén al cual licitabais. Supongo que te
figuras que quiero comunicaros que los habéis ganado.
- Pues sí, nos lo esperábamos, pero siempre saber la última palabra da
mucha tranquilidad. Muchas gracias Elena por la confianza que depositáis
en nosotros. No os arrepentiréis de habernos elegido. ¿Empezamos pues,
el 1 de septiembre?.
- Sí, a las diez de la mañana os espero en mi despacho.
Una vez tratado los asuntos de negocio, estuvieron comiendo
tranquilamente y a eso de las cinco se despidieron.
Juan salía pletórico y henchido, quería dar la noticia, gritarlo a los
cuatro vientos. ¡Dos millones de euros, la pera!, pensó. Necesitaba
compartirlo, ¿pero?... era agosto, ¿a quién se lo diría?.
No podía meterse en casa, le hubiera faltado el aire para respirar, así
que se fue al Retiro y estuvo deambulando. Ya cansado se sentó en una
terraza, y allí coincidió con ella. Ella miraba con curiosidad, con unos
ojos dulces e inquisitivos al tiempo, con una mirada enigmática y media
sonrisa. Juan, ya inquieto, le preguntó, ¿te pasa algo?, ¿por qué me
miras, así?. ¿De quién huyes?, le dijo ella, a modo de respuesta. Él se
quedó aturdido y finalmente le respondió con la mirada perdida, de ti,
de la Soledad.
Inmaculada Sánchez Ramos
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