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Alberto es una de esas personas anónimas para todos ustedes, pero una persona de formidable importancia para los que tuvimos la suerte y fortuna de tropezarnos con él en la vida. Alberto era un hombre fuerte, un agricultor que cuidaba las viñas con firmeza y mimo, con oficio y experiencia, trabajador insaciable, buen padre, buen esposo. Daba lo mejor a sus amigos, daba su amistad, regalaba, con la sonrisa abierta y cierta, los productos fruto de su trabajo, y cuando esto lo hacía, lo hacía con el ser entero, con inmensas ganas de complacer, con las alegría profunda que los hombres buenos transmiten a la hora de compartir lo suyo con los demás. Llegábamos desde Madrid y ahí, ahí estaba él, en San Antonio esperando para recibirnos, con presencia bondadosa y franca, siempre pendiente de todo y de todos, se notaban sus enormes ansias de agradar. Alberto murió con las manos encallecidas y el alma de terciopelo dejando un recuerdo que nos provoca la pena de la pérdida, al tiempo que el aroma de la generosidad que derramó en la vida.
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