Con sentido Critico


Manos encallecidas, alma de terciopelo.

Inmaculada Sánchez Ramos

 

Alberto es una de esas personas anónimas para todos ustedes, pero una persona de formidable importancia para los que tuvimos la suerte y fortuna de tropezarnos con él en la vida. Alberto era un hombre fuerte, un agricultor que cuidaba las viñas con firmeza y mimo, con oficio y experiencia,  trabajador insaciable, buen padre, buen esposo. Daba lo mejor a sus amigos, daba su amistad, regalaba, con la sonrisa abierta y cierta, los productos fruto de su trabajo, y cuando esto lo hacía, lo hacía con el ser entero, con inmensas ganas de complacer, con las alegría profunda que los hombres buenos transmiten a la hora de compartir lo suyo con los demás.

Llegábamos desde Madrid y ahí, ahí estaba él, en San Antonio esperando para recibirnos, con presencia bondadosa y franca, siempre pendiente de todo y de todos, se notaban sus enormes ansias de agradar.  

Alberto murió con las manos encallecidas y el alma de terciopelo dejando un recuerdo que nos provoca la pena de la pérdida, al tiempo que el aroma de la generosidad que  derramó en la vida.

 

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