A la hora de caracterizar los diferentes comportamientos que concurren
en el gran teatro del mundo hay que ser muy, pero que muy, precisos, ya
que un mismo comportamiento es “susceptible” de ser calificado como
virtuoso o vicioso, a poco que se juegue sutilmente con el lenguaje.
Una de las penúltimas modas de “management” – que ya está un poco
“demodé”, de ahí lo de penúltima- ha sido el requerimiento por parte de
las empresa de directivos ambiciosos. Sin embargo, observo que en la
actualidad esta tendencia está bajando, arguyéndose que esta ha sido una
de las causas –entre otras, tales como la generación de falsas
expectativas a los usuarios, el no escuchar a los expertos, etc- del
descalabro de la nueva economía .
A mi entender, es incorrecto que así ocurra, ya que la ambición la
considero un requisito, no sólo necesario sino imprescindible e
inherente a la propia naturaleza de un directivo. Pretender no exigir la
ambición a un directivo es tanto como pretender no exigir a un escritor
un mínimo de uso correcto de la gramática.
Sin embargo, estoy totalmente de acuerdo que ha habido una codicia
desorbitada – si la redundancia se permite- aspirándose a un
enriquecimiento fácil, impúdico e insolente y para más inri, todo ello
disfrazado de eficiencia.
Decíamos al comienzo de esta reflexión que cuando describimos un
comportamiento hay que ser muy cuidadoso y cauteloso en el uso de
lenguaje. Por ello, he consultado los vocablos codicia y ambición en el
diccionario de la Real Academia Española y he encontrado que las codicia
se define como afán excesivo de riquezas y la ambición como deseo
ardiente de conseguir poder, riquezas, dignidades o fama. Analizando
ambas definiciones se deshace el equívoco.
En la propia definición de codicia está implícitamente incluido y
extrínsecamente expresado, su carácter excesivo y desmesurado y por otro
lado, lo que es materia de deseo se circunscribe exclusivamente a la
riqueza. Más al contrario, cuando hablamos de ambición, hablamos de
aspirar a conseguir una serie de metas y retos (también riqueza, pero no
sólo). Cosa diferente será que intentáramos alcanzar las metas por
medios ilícitos, pero el deseo de alcarzarlas no es, en si mismo,
pernicioso, aún es más, es algo positivo y útil, pues es casi una
garantía de logro de dichos objetivos, ya que impulsa a poner en juego
todas las potencialidades del individuo.
Sin embargo sí ha sido, a mi juicio, una de las causas del gran fiasco
el se haya escogido directivos codiciosos.
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Publicado en: 2005-1-26