Me moría en la memoria

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nietiv
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Me moría en la memoria

Mensaje por nietiv »

Me dejé llevar por el mar, eran las cinco de la tarde y la digestión estaba hecha, supe que mi estado de flotación se prolongaría sin necesidad de poner mucho empeño en ello, pero tampoco me importaba morir. Dejé la última decisión al oleaje y me di cuenta de que el mar se descubre como la mar cuando el hombre toma confianza con ella, sí, finalmente ella. Es como si te sedujera con el noble arte de la camaradería y la comprensión con una suave cadencia, escuchando, hasta que la tomas por un amigo de toda la vida... es entonces cuando se revela como la mujer que no habías supuesto, que además de su amistad te ofrece el regazo cálido y el abrazo y el beso y el sexo que deriva en tempestad y lucha. Fue entonces cuando reparé en mi situación de presa, de especie de mantis ateo, el que no cree en nada sencillamente porque terminará sin cabeza al final del celo. También reparé en mi nombre, muy propio de la ocasión, Marcelo, siendo presa de la mar en celo. Tan pronto como me angustié por el posible engullimiento, me tranquilicé recordando que no me importaba morir y, ninguneando a la mismísima muerte, no hay nada ya que ose alzarse con la mínima capacidad de provocar temor, al menos a esos niveles de exigencia. Así que seguí flotando, Marcelo y el celo de la mar, mirándonos de reojo ambos, sintiéndonos nuestros tactos e incluso compartiendo fluidos, pero los dos en guardia, equilibrando la confianza primera con una buena dosis de recelo, más celo aún, para el amigo Marcelo y la mar que lo aleja de lo que algún día fue. Recuerdo que sonreí y bendije la desquiciada mente que gobernaba mi cuerpo, tan retorcida, siempre amante del laberinto y no del atajo, acaparadora de delirios que nunca me dejaron dormir. A partir de entonces me entregué a mi suerte, a unos trescientos metros de la orilla ya, como si el borde que delimita el mar (el mar, sí, él cuando se mezcla con los humanos que no la navegan ni la tratan en un sentido más amplio, poseedores de una total desconfianza hacia ella que es lo que la hace tener que mentir, por simple supervivencia) rugiera con eco intentando delimitar el territorio de la tierra, valiendo toda redundancia, marcando su sitio con la violencia que supone el ceder y empujar, continuamente disputándose el gobierno con pleamares plenos de males para los que desconocen el mundo marítimo y lo temen, oh sí, lo temen con locura. Estaba totalmente convencido de que aquel sería mi fin y creí que había llegado en el momento en que algo rozó mi pierna. Me dije, está bien, no será el agua lo que me venza sino los seres que las profundidades albergan, algún pez espada, tiburón o escualo...pero mi temor terminó escuálido cuando descubrí que era una rana hecha hombre, o un hombre queriendo ser rana o un simple y tibio intento de alguien que no posee branquias por conseguir que sus bronquios se adapten a lo que es imposible adaptarse, a olvidarse del oxígeno por medio de unas bombonas que, al insuflar, les devuelve a la atmósfera por momentos mientras se codean con los pecios del fondo del mar. Sumergí mi brazo y desbaraté su anfibio bucear para sacarle a la superficie, con el consiguiente susto de aquel submarinista distraído que ni tan siquiera había reparado en la pierna que me había rozado. Me ha dado un susto de muerte, le dije, estaba esperando mi muerte plácidamente cuando apareció usted... respire, no se me ahogue ahora, que ese era el cometido mío y a ver si ahora me va a quedar, además de un olor rancio a supervivencia, un molesto sentimiento de culpa por muerte ajena. El hombre se quitó el conducto por el que jugaba a respirar bajo el agua con alguna arcada que otra y se disculpó, aseguró no haberme visto ni ahora ni nunca y que cuando se topó con mi pierna estaba inmerso, no sólo y obviamente en el agua, sino en la caza del pulpo marinero. Me dijo que era de los alrededores, monitor de sistemas operativos pero que no gustaba de navegar virtualmente y sí de la pesca submarina. Prefería la memoria que arrastra el mar a la memoria ram. Se llamaba Tino, pero me juró que era la persona más torpe que pisaba la faz del planeta. Entonces no pasa nada, le dije yo, aquí estará como pez en el agua, pues no está pisando tierra firme y lo que no tiene de tino ahora lo posee, atribuya esta paradoja al destino, es decir, al hecho de que por flotar deja usted de ser tino, es decir, se destina y a su vez al negarse tino se hace más coordinado y menos errático... pese a haberme rozado torpemente la pierna. El hombre pareció mareado tras aquel juego de palabras que mi mente de nuevo había decidido expulsar como ataque de sucia tinta de aguerrido calamar.
<BR>Una vez nos calmamos, permanecimos los dos flotando en silencio, mirando de nuevo al cielo, regalo gratis del Universo y pasatiempo que renueva a los dispersos y a los que no saben qué imaginar. Lo contemplamos hasta que el sol se oscureció por momentos, fue entonces cuando asistimos a un eclipse humano de sol durante unos segundos, los mismos que nos permitieron asistir al caer del proyectil no alado que se sumergió en lo líquido y salado que nos rodeaba, al violento descender de un ser humano cayendo en picado a toda velocidad de nuevo hacia la profundidad del mar. El hombre desapareció en las profundidades durante varios segundos, en los que Tino y yo nos miramos desconcertados sin mover un músculo facial, pues era lo único que teníamos flotando sobre el calmo oleaje. Tras esos segundos de desconcierto, el submarinista por obligación y por precipitación se alzó a la superficie en busca del aire que antes no había encontrado en el túnel acuoso de oscuridad densa en el que se había perdido por momentos. Inspiró y espiró hasta el punto de alejar todo miedo a expirar, pues él sí parecía temer a fenecer. Una vez pudo hablar, nos contó que su nombre era Ángel y era paracaidista aficionado y que por estar bromeando con Alicia, su monitora, se había resbalado y se había caído antes de tiempo del avión. El susto había sido tal, que no supo abrir el paracaídas. Yo le dije que era un ángel caído, lo que provoco las consiguientes carcajadas de mis dos nuevos amigos. Aquella planeada muerte se había convertido en una tertulia muy agradable, a bordo del mayor jacuzzi del mundo.
<BR>Estuvimos hablando largo rato, Ángel llevaba un equipo de supervivencia y nos comimos un delicioso sándwich de pollo y queso e incluso intercambiamos nuestros teléfonos, gracias al lápiz y el papel que llevaba Tino en uno de sus bolsillos del traje de neopreno. La conversación se fue apagando con el sol, cuando éste casi ya desaparecía tras el horizonte nos despedimos y cada uno se fue flotando hacia su casa. Nunca más he vuelto a verlos, pero nunca olvidaré aquella maravillosa jornada, pues creo que muchos de mis hastíos se quedaron en el fondo de la mar, mientras en la orilla me estaba esperando con los brazos abiertos un renovado temor por la muerte que me hizo vivir hasta los noventa y dos años, anclado en el recuerdo de aquella terna de lo imposible.

haddass
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Me moría en la memoria

Mensaje por haddass »

hola nietiv o Marcelo.
<BR>He leido con mucha ateción este cuento que parecia ser el relato de una muerte maritima, para terminar siendo un hermoso encuentro fortuito con merienda incluida e intercambio de teléfonos.
<BR>Francamente, me he reido abiertamente con este despliegue de imaginación tan bien expresado que, he imaginado la situación invitandome complice a conpartir un trozo de sándwich de "supervivencia".
<BR>
<BR>Gracias por compartirlo.
<BR>
<BR>Besiños
<BR>

nietiv
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Me moría en la memoria

Mensaje por nietiv »

Pues muchas gracias por leerlo, tengo más en el enlace que creo que sale por algún lado. Nietiv, Marcelo sólo era el del cuento. Un beso.

AfRiCaN
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Me moría en la memoria

Mensaje por AfRiCaN »

De una situación disparatada que termina pareciendote lo mas normal del mundo. XDD
<BR>Lo de la merienda es que ni me lo imagino, lo complicado que pudo ser.
<BR>Me he reido, eso si.
<BR>Saludos
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