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<BR>Una foto. La balaustrada a la derecha recorriendo el pasillo en la apoyatura de la mano y la leve perspectiva del suelo, acementado con el techo convergente en su pelo. La inversa con su sonrisa en la frente de la mandibula dibujando una tristeza infinita (¡dale la vuelta!), adivinando una encrucijada de mentiras sin coherencia. Imperceptible el fallo en la posición (la antigravedad delata el error por si no lo sabías), su pelo más bonito en original enmarcando un segundo plano, un primer plano de la maravilla que sonríe en la balaustrada de la derecha.
<BR>Si paseamos más de lo debido seguro que fue por casualidad; nunca perseguí un encuentro más allá de lo puramente fatalista, aunque la fatalidad supusiese...
<BR>Una foto. Tras el traje floreado y ribeteado de encaje romancero, pinturero, olé, olé, el corsé de la abuela me aprieta la espalda. Salta sin botón. Anunciata ha llegado de paseo y te trae la tela más bonita para la chica más ardiente, ininflamable. Te reconstruyó el cuerpo emparedado entre tabletas de chocolate (incomestible) y puntito a puntito te ha hecho de nuevo. ¡Qué bonita! Al bajar del pedestal me enamoré de ti, yo que sólo pintaba el techo de la habitación. Pintor, pinturero, de brocha gorda y el corsé ¿me lo abrochas?. Piel a piel. Arrancaste de mi mano impregnada el aroma persistente de mi interior: feromonas al aire de la estancia, leve. No pude despegarme de tu espalda por más que me lavaba con fruición en la charca. La lavandera del arroyo que siempre me persigue. Es una pena que no exista una foto del entretiempo porque es la más fiel. Mi mejor recuerdo. Al paseo le llamo caricia y al suelo, ensenada junto a los árboles. Las hojas nos abrazan entre el moho de la orilla y percibo el olor a kilómetros.
<BR>Una foto. Junto al zapato limpio, un punto.