Un principio, un final.

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BoTTiCeLLi
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Un principio, un final.

Mensaje por BoTTiCeLLi »

Yo una vez fui astronauta. Vivía en un remoto planeta al que llamábamos Tierra, pues era la única tierra que se suponía nuestra, a pesar de la insistencia de muchos de mis congéneres en dividirla. Pero hasta siendo así, y con todas nuestras fronteras, era nuestro planeta.
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<BR>Durante años viajé a su único satélite, aquél que llamábamos Luna, y en su base, en la primera ciudad fuera de la citada Tierra, trabajé casi veinte años.
<BR>En aquellas paredes artificiales y presurizadas nacieron mis 3 hijos, aunque mi mujer sólo dio a luz a uno de ellos, pues los otros dos fueron clones.
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<BR>Mantenía con mi trabajo en el laboratorio una vida muy bien remunerada; colmada de todas las ventajas que en un entorno como aquel se podía tener. A mis hijos nunca les faltó el último juguete en llegar desde la tierra y mi esposa recibía a nuestros amigos y sus esposas de la base, en una vivienda con todos los adelantos: sus caros perfumes eran célebres en la colonia.
<BR>En resumen, vivíamos casi como reyes, en un ambiente cerrado en el que los jardines eran en tres dimensiones y el aire generado en máquinas constantemente vigiladas.
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<BR>Una noche me llamaron para un rescate orbital. La misión no entrañaba peligro alguno; un trasbordador de los de principio de siglo se había quedado sin combustible, y giraba a la deriva espacial con doce personas a bordo.
<BR>Efectivamente, la operación fue todo un éxito, y los doce astronautas fueron rescatados por mi equipo sanos y salvos. Fue en aquel momento en el que se me comunicaba una nueva condecoración, cuando mi vehículo orbital se quedó sin control. De pronto me vi inmerso en una aceleración escalofriante. El techo y los demás componente del módulo empezaron a desprenderse, abocándome al inmenso espacio con la sola protección de mi traje. No podía parar. Algo me absorbía hacia un límite desconocido.
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<BR>La velocidad aumentaba y mi protección individual, escafandra incluida, también empezó a resquebrajarse, dejándome desnudo, suspendido entre las estrellas y un amenazante campo de asteroides al fondo. Mi cuerpo se desplazaba empujado por una fuerza lejana a una velocidad alarmante. Pronto empecé a notar como mis huesos se partían por dentro y mi piel comenzaba, del mismo modo que el vehículo y mi traje, a arrancarse. Sufrí un dolor indescriptiblemente fuerte. Me quedé sin piel, sin músculos y en los huesos. Estos se hicieron polvo y se evaporaron en una nada eterna e interminable.
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<BR>Paró. Desperté. Ya no me dolía nada y tenía todo mi cuerpo intacto. Sorprendentemente estaba en la profundidad de una caverna, rodeado de seres humanos roncando, semidesnudos, como yo, moscas en abundancia y un desagradable olor a carne quemada.
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<BR>Quise hablar, pero mi garganta y mis cuerdas vocales tan sólo emitían gruñidos y gritos. Y eso fue lo que hice, gritar, aullar desesperadamente. La marabunta neandertal – supuse – se despertó, y uno de ellos, enfurecido por mis ruidos, me atizó con un fémur gigante en la cabeza. Caí abatido.
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<BR>Hoy permanezco aquí, en esta playa de no sé donde, escribiendo mi vida con una lasca sobre las paredes de la caverna, a sabiendas de que nadie la leerá, y el inexorable pasar del tiempo la borrará, casi como algún día, la muerte hará conmigo y me liberará de esta prisión al aire libre a la que jamás supe por qué llegué y en la que nunca pude siquiera, escuchar mi propia voz.
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<BR>Y así, el mundo empezó de nuevo.
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