Sin Piedad - capítulo 1 - parte 1ª -

Escribe, coge la pluma y pon tu imaginación a en ella.
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Sonny_Kaplan
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Sin Piedad - capítulo 1 - parte 1ª -

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Capítulo 1

Primera parte

21 de octubre de 1980

Estaba llorando, unas lágrimas resbalaban por mis mejillas, pero no lloraba de miedo, ni tampoco por la mala suerte que había tenido, sino que lloraba de rabia. Esa rabia que se convierte en ira, que nos atrapa a todos alguna vez, a la cual la mayoría no hace caso, pero que otros más impulsivos, como yo, nos dejamos llevar por ella y nos hace cometer locuras. ¿Cómo había sido tan tonto como para dejarme detener de esa manera?
Estaba en un calabozo de la comisaría de Courbevoie, un calabozo pequeño de apenas cuatro metros por tres, con un banco de madera en una pared y las demás desnudas. Ahí sentado recordaba como me habían atrapado. Como a un zorro que perseguido por la jauría es alcanzado por ella en cuanto sus fuerzas flaquean.
Fue Kahlil, un amigo marroquí, quien nos presentó al muy cabrón. Nos vendió a todos, ahora estaba claro. No desconfié cuando conocí al pollo, ¡pero qué ingenuo soy!
- Hola chavales, vengo con un buen amigo, Nasser – dijo Kahlil. – Tiene un golpe del copón. Se trata de un supermercado al que podemos entrar por una claraboya del tejado, pero cuéntales tú Nasser…
- Sí, eso es, me lo ha dicho mi primo que trabaja allí. Así que forzamos la claraboya…
- ¿Y no hay alarma en esa claraboya? – le interrumpió Marc.
- Parece ser que no. ¡Vamos que mi primo es un tío legal, si dice que no hay, es que no hay! Una vez dentro lo primero que nos encontramos son las oficinas, allí pillamos lo que haya y después bajamos al súper. En el súper hay una caja fuerte en la que siempre hay algo de dinero. Normalmente está la recaudación del día, porque el blindado viene a media mañana. Así que hay bastante pasta, vale.
-¿Y cuanto hay en esa caja? – pregunté.
- Depende de los días, mi primo no lo sabe exactamente, dice que podría haber unos cincuenta o cien mil francos. Como es viernes hacen bastante más caja que otros días.
- ¡Vaya pasta! – exclamamos todos.
- ¿Bueno, y después? – volví a preguntar.
- Primero hay que entrar en el súper. Para entrar hay que hacerlo por el almacén, aunque hay otra puerta que da directamente a la tienda, pero esa tiene alarma. Así que destrozamos la puerta del almacén, una vez dentro rompemos la que da a la tienda y ya estamos dentro.
Nos miramos, allí estábamos cuatro amigos de toda la vida, David, Marc, Ahmed y yo escuchando a un desconocido y bebiendo sus palabras.
- ¿Y tu primo, qué quiere? – preguntó Marc.
- Eso es lo mejor – dijo Kahlil, – sólo quiere una parte del dinero, no quiere nada de mercancía. ¿Qué os parece? Toda esa mercancía será para nosotros.
- ¿Qué hacemos, chicos? – nos preguntó Ahmed.
- Por mí, vale – dije yo.
- Venga vamos – contestó David. – ¿A qué hora es la movida?
- A eso de las dos de la mañana creo que es buena hora. Quedaremos media hora antes, ya le diré dónde a Kahlil. ¿Conseguiréis una furgoneta?
- No hay problema por eso – dijo Ahmed. – ¿Quieres algún color en particular?
El chivato sonrió y así quedamos. Aún nos veo saliendo a la carrera por el tejado para dejarnos caer en las redes de la pasma.
¡Qué rabia, qué rabia me roía por dentro! Sólo de pensar que mi padre descubriría que su hijo había sido detenido, más rabia aún me daba. Pero lo que más escocía mi amor propio, es que mi padre se parase a pensar que su hijo era un personaje inmoral y sin escrúpulos. Un delincuente.
Estaba solo en esa celda, me habían quitado la cartera, el cinturón y eso me daba igual. Pero lo que no llevaba nada bien es que también me habían quitado los cordones de las deportivas y eso me hacia andar de mala manera, como un pato. Al cabo de un rato indeterminado, ya que me había quedado soñoliento, se abrió la puerta, se asomó un policía y me dijo:
- Sígueme, te van a interrogar.
- ¿Quién quiere interrogarme si se puede saber?
El policía no me hizo caso alguno, me puso las esposas sin yo oponer resistencia y me sacó de la celda.
Al salir miré en el calabozo contiguo, no había nadie. Me había quedado solo. ¿Dónde estarían los demás? ¿También los estarían interrogando? Pensaba todo eso mientras recorríamos un largo pasillo. Llegamos al final y desembocamos en una gran sala cuadrada. A mi derecha había una mesa larga con dos bancos, por detrás un pasillo iba no sé donde. A continuación de la mesa, unas escaleras subían y bajaban. A mi izquierda había un largo mostrador de madera como el de los bares, pero sin el grifo de cerveza, detrás del cual dos policías medio dormían. Acto seguido venia la puerta de la calle, salvadora.
Aunque los cristales eran oscuros para no ser visto desde fuera, se adivinaba la oscuridad de la noche. La gran sala estaba muy tranquila. No hay mucho trabajo esta noche, pensé. Al ver que ralentizaba el paso el policía tiró de la cadena que unía los grilletes y por la cual me sujetaba.
- ¡Vamos hombre!, que no te va a comer nadie – me dijo el tío tonto. Se creía que tenía miedo de algo, que petardo, éste no me conocía.
Subimos las escaleras, giramos a la izquierda y enfilamos un pasillo. Pasamos uno, dos, tres y cuatro puertas que se situaban a ambos lados del corredor, en la quinta mi amigo el policía golpeo levemente.
- Pase…
Entramos, y esa fue la primera vez que vi a Henri Charles. Estaba solo, de espalda, mirando por la ventana la oscuridad de la noche al tiempo que fumaba un cigarro.
- Siéntate – me dijo el policía.
Entonces se dio la vuelta Henri y pude verle la cara. Era bajito, medía un metro sesenta aproximadamente, también era bastante gordo y corto de piernas. Su cabeza era redonda como una bola, tenía una nariz prominente y también muy ancha. Tenía los ojos pequeños y hundidos, las orejas eran grandes y algo despegadas. Intentaba taparlas con el pelo, pero no lo conseguía del todo porque al pobre hombre no le quedaba mucho. Llevaba una perilla mal recortada alrededor de una boca pequeña que dejaba entrever unos dientes amarillentos del tabaco. Vaya policía más feo y más mal hecho, pensé, éste no debe correr detrás de muchos delincuentes.
- No lo esposes a la silla. Déjaselas como están y vete – le dijo al agente que me había traído.
Me estuvo mirando un rato sin decir nada.
- ¿Fumas? – soltó de pronto.
- Bueno, si me da un cigarro se lo agradezco.
Pasado el primer momento le pregunté.
- ¿Por qué es amable conmigo? Primero las esposas y ahora me da tabaco.
Henri Charles sacó un paquete de cigarros del bolsillo de su americana sin contestarme. Pall Mall, no era mi marca pero los había fumado peores. Me puso un cigarro entre los labios y me alargó el mechero para encenderlo. Después de dar unas bocanadas le dije:
- Gracias, pero no entiendo porqué es simpático conmigo. Si ni siquiera me conoce. ¿Quién es, el poli bueno?
- Estás equivocado, te conozco muy bien, además no soy ningún poli bueno. Me llamo Henri Charles y llevo varios meses siguiendo tus hazañas y las de tus amiguitos. ¿Quién crees tú que te ha traído hasta aquí? Pues yo mismo – dijo pasados unos segundos. – He montado todo este embrollo para atraerte hasta mí. Porque me imagino que por las buenas no estarías aquí, ¿verdad?
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