“La niña del pijama de franela”

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ticio
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“La niña del pijama de franela”

Mensaje por ticio »

El paso de la niñez a la adolescencia genera en el común de los mortales numerosos interrogantes sobre el futuro que nos aguarda.

La vida es como un libro que te va desvelando sus secretos con el paso de cada una de sus páginas. Si durante la niñez, las páginas de nuestra existencia pasan briosas y limpias, sin apenas darnos cuenta ni reparar en ellas por lo accesible de su lectura y lo emocionante y gozoso de sus mensajes, entrados en la adolescencia, esas mismas páginas se tornan sorpresivamente de paso lento y dificultoso y a veces con contenidos encriptados e ininteligibles.

Y ésta era la fase en que yo me encontraba: aturdida por la avalancha de situaciones inéditas y jeroglíficos aparentemente irresolubles que se abrían al paso de mi aún corto camino andado y para los cuales carecía de respuestas.

Un día en el que me encontraba especialmente ensimismada en tales pensamientos le pregunté a mi abuela: “Yaya, dime como eras tú cuando tenías mi edad y como conseguiste ser la persona tan maravillosa y feliz que eres”.

Acariciándome el pelo con ternura infinita, me sentó a su lado y me contó la siguiente historia…

“Una vez conocí a una chica llamada Anne Marie que, cuando tenía tu mi misma edad de quince años, se hacía las mismas preguntas que seguro tú te estás haciendo ahora. Era una niña inquieta, efusiva y divertida unas veces y reflexiva e introvertida en otras, siempre soñadora pero de valores consistentes pese a su todavía corta edad, de gran belleza interior y de seductor y chispeante atractivo físico, pese a que su infinita modestia la hacía considerarse una chica del montón.

Tenía muchos proyectos por realizar, si bien no siempre consideraba que tendría la fuerza y voluntad suficientes para llevarlos a cabo. No hace falta decir que en su vida, al igual que la de otras muchas chicas de su generación, había momentos felices y otros no tanto, frente a los que se resignaba con aparente entereza.

Como siempre la vida plantea, a modo de juego, disyuntivas en las que no quisiéramos participar, pero en las que no tenemos esa opción. Hay que participar y elegir. Y Anne Marie eligió.

Eligió seguir el camino más abrupto del trabajo duro, del culto a sus principios y convicciones, del respeto y adhesión a la educación que había recibido, frente al camino más llano y placentero de dejarse llevar por la propia inercia que su apabullante e impetuosa juventud le indicaba, en la confianza de que una vez conseguidos sus objetivos prioritarios podría satisfacer aquellos otros que sus naturales sueños de adolescencia anhelaban.

Y fueron pasando los días, y los meses…y los años, y aquélla niña se hizo mujer. Y casi sin darse cuenta se puso a rendir cuentas a la vida y… ……..el balance no le satisfizo completamente.

Había conseguido los objetivos primeramente marcados: tenía un trabajo que le ofrecía la satisfacción de no depender de nadie para atender a sus necesidades más perentorias; había sido el pilar en que se apoyaron el resto de los miembros de su familia y amigos para sobrellevar y superar difíciles situaciones por las que atravesaron…era, en definitiva, una referencia para otras personas de su entorno que en su día escogieron el camino liso y llano y, ahora, quizá añoraban la madurez y estabilidad que Anne Marie parecía haber conseguido.

Pero Anne Marie nunca llegó a renunciar a los otros sueños de juventud, a aquéllos que darían pleno sentido a su vida, a aquéllos que, postergados en aquél entonces, eran anhelados ahora y cuya consecución se le representaba casi inaccesible.

Pensaba y anhelaba tener un hogar donde pudiera escribir "Te amo" sobre los muebles, nadar los ríos que antes no se atrevió a cruzar, escalar las montañas que solo se limitó a contemplar, escuchar la música que no pudo disfrutar, recorrer los mundos que nunca visitó y…tener un millón de amigos para querer y vida para vivir. Pero se seguía resignando, se había malacostumbrado a ello.

Estos y otros pensamientos solían inundar su mente cuando después de la dura jornada de trabajo tomaba un merecido descanso en la terracita de su piso, respirando la calma de la noche y saboreando el último cigarrillo mentolado del día.

Tan ensimismada estaba en su mundo interior que no se percató que la ceniza que se desprendía del pitillo iba a parar casi siempre a la terracita del piso de abajo, cubriéndola día tras día de un fino manto de dicho etéreo residuo.

Tampoco se percató que el piso de abajo había cambiado de moradores. La Familia Noblejas hacía cosa de un mes que lo había tenido que dejar por traslado laboral del padre de familia al Perú y, ahora, era un joven mecánico ascensorista, llamado Gustavo, quién lo ocupaba.

Él también había tenido una vida no muy ociosa y, casualidades de la vida, gustaba también de salir por las noches a la terracita a fumar en pipa y oir en la radio el programa de deportes antes de irse a dormir.

Él, a diferencia de Anne Marie, si se había percatado de que en su nueva morada cada noche hacía acto de presencia una fina lluvia de ceniza que manaba de los pisos superiores, desconociendo no obstante quién pudiera ser su causante. Sin embargo, lejos de molestarle, le generaba una placentera sensación, casi embaucadora, por la forma parsimoniosa con que caía dicho etéreo residuo y la suave fragancia que desprendía.

Un día, intrigado por la procedencia de tales volátiles precipitaciones, se encaramó a los barrotes de la balconada a fin de intentar descubrir su origen.

Pese a lo inestable de su mirador, pudo vislumbrar en el piso inmediatamente superior, y reclinada sobre la barandilla, la silueta de una joven, cabellos al aire, ataviada con un pijama de franela de cuadros blanqui-rojos, que exhalaba profundas bocanadas de humo al exterior.

Temiendo ser descubierto en su furtivo avistamiento, intentó modificar su posición con tan mala fortuna que perdió el equilibrio y resbaló, cayendo al vacio.

Por fortuna la marquesina de la panadería sita en los bajos del edificio, la popular “Panes y Rosquillas La abuela Maravillas”, amortiguó el golpe, sufriendo únicamente magulladuras y contusiones, por lo que fue trasladado en ambulancia al hospital Virgen de los Caídos para hacerle las pruebas de rigor, donde quedó ingresado toda la noche.

A la mañana siguiente, bien temprano, pasó el galeno para ver el estado del paciente. Ese día estaba de guardia la doctora Eume, una joven doctora muy atractiva, de cabellos ondulados y cobrizos, y mirada dulce y profunda, quién tras saludarle amablemente se inclinó sobre Gustavo para oscultarle.

En ese instante Gustavo quedó absolutamente cautivado e inerte al sentir en su rostro, en sus sienes, la suave caricia del fino cabello de la joven doctora, al oir el brioso pálpito de su corazón atravesando el tenue paño de su bata y percibir el embriagador aroma a menta que toda ella desprendía.

“¿Cómo se siente”?, preguntó la doctora, “Señor…me escucha?, tuvo que insistir ante la falta de respuesta de su paciente.
“Bien…muy bien…maravillosamente”, respondió Gustavo sensiblemente aturdido.

“Bueno, pues le voy a dar el alta…y para casa”, dijo la doctora Eume.
“Gracias doctora…”, se limitó a decir Gustavo, dibujando una espontánea sonrisa reveladora de su más genuino sentimiento de fascinación por aquella joven.

“Y que pasó después, que pasó abuela?….pregunté nerviosa a mi abuela. Pues pasó…que el destino, en un instante, había propiciado el encuentro de dos almas gemelas que se añoraban en la lejanía…y que físicamente solo estaban separados por un simple forjado medianero entre dos viviendas.

Y, el resto, ya te lo imaginas…fueron felices y comieron muchas, muchas perdices, eso si, acompañadas de panes y rosquillas de la abuela Maravillas.

Bueno, pero eso solo pasa en los cuentos, le dije a mi abuela. Noooo, también pasa en la realidad. Confía y te pasará también a ti, te lo prometo.

En cualquier caso, es una bonita historia abuela…, le dije. Si, sí lo es, asintió ella.

Abuela, ¿Me dejarás entonces el pijama de franela ese de cuadros blanqui-rojos que tan celosamente guardas en el arcón a ver si tengo igual suerte que Anne Marie?. Claro, es tuyo, contestó mi abuela, mientras se deleitaba consumiendo otro de sus pitillos mentolados.

FIN

wein
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Mensaje por wein »

muy buena historia...

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