Vamos a darle calor al canal: El Parador

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Tusitala
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Registrado: 23 Mar 2004 00:00
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Vamos a darle calor al canal: El Parador

Mensaje por Tusitala »

Eran las seis de la tarde y el sol se deslizaba por el tobogán del crepúsculo en dirección al escarpado horizonte. La recepción del Parador Nacional de La Vega crujía desesperada por el súbito abandono del dios Helios. Sin detenernos en el maravilloso espectáculo cromático, nos dirigimos al mostrador para solicitar la llave de la habitación que habíamos reservado.
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<BR>Emergió del habitáculo de improviso la imponente figura de una erguida y sonriente señorita que nos atendió con diligencia. Sin poder ni querer evitarlo repasé ese regalo de la naturaleza. Su nívea tez, delimitada por una larga melena acabellada, los ojos vivarachos como un colibrí enmarcados por crespas pestañas, la rampante nariz de aletas afiladas y su cincelada boca, cálida y sabrosa, se sostenían sugerentes sobre su juncal talle. Consciente de su poderío, se contoneaba al son de las ávidas miradas, que ejercían de mecedoras complacidas... Más que andar, patinaba. Y deslizándose abrió la portezuela de acceso a la recepción para recibir con pasión a su pareja, que había llegado unos segundos después de nosotros. En el salón se produjo un silencio sospechoso, como si el beso de esa agraciadísima criatura a su no menos atractivo galán fuera una puñalada trapera a los sueños libidinosos que invadían la estancia. Y sentimos celos de su apolíneo varón, envidia y deseos de asestar un irreparable golpe en salva sea la parte para que se evaporara de su lado. Ese hombre representaba para cualquiera de belleza moderada una descarada competencia desleal: alto y derecho como una vara, melena de boy apresada por una gomita, penetrantes ojos verdes, nariz gruesa, boca inmensa y dispuesta a la sonrisa arrebatadora, hombros anchos y musculosos, torso liso y brillante como bolas de billar y piernas de atleta.
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<BR>Advertí que mi mujer lo contemplaba con regusto y no sentí en ningún momento apuro, ni celos, ni nada coherente con las costumbres occidentales de decoro; me asaltó, en cambio, una sensación morbosa. De repente, un flash cruzó mi mente e imaginé al serafín ciñendo su cuerpo al de mi excitada esposa. Al girar la cabeza noté como incrustaba sus ojos color oliva en los nuestros, lo que amplificó mi temperatura corporal por el pudor de ser descubierto.
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<BR>Aun impactados por la visión anterior nos sentamos Irene y yo en un rincón del restaurante a tomarnos una reparadora copa. Pasaron unos minutos hasta que nuestras miradas se cruzaron. Parecía como si nos apurara haber sentido algo tan intenso. Como no podía ser de otro modo, Irene rompió el hielo:
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<BR>- Son guapos ¿verdad?
<BR>- Si -respondí lacónicamente.
<BR>- He notado que te has puesto del color de mi jersey.
<BR>- ¿Cómo?
<BR>- Ricardo, no te hagas el tonto hombre, que ha sido un poco descarado.
<BR>- ¿Descarado? ¿Qué ha sido descarado?
<BR>- Nada, déjalo. No pasa nada corazón, es normal que esa chica tan mona te guste; pocas habrás visto así.
<BR>- ¿Y el chico, qué? ¿Acaso tu no lo has mirado? –no sabía por qué me estaba poniendo así, pero no podía evitarlo.
<BR>- Cariño, claro que lo he mirado. Ese niño tiene un cuerpo de escándalo. Pero yo no lo trato de ocultar; no hay nada malo en una mirada, ¿recuerdas?
<BR>- Si, lo recuerdo perfectamente.
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<BR>Me había derrotado sin paliativos anegado por mis propias palabras. Siempre le decía, cuando veía a una bella joven, que una mirada no significaba nada, que era como observar un cuadro: si te atrae lo miras pero no te acuestas con él. Pues lo mismo con las féminas. En ese momento cambié el discurso:
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<BR>- Tienes razón. Soy un memo al que un ramalazo machista ha derribado sin oponer resistencia. Y no soy así. Por supuesto que el chaval está de muy buen ver, si hasta yo lo he mirado con cierta envidia.
<BR>- Si, lo observé pero no quise decirte nada -expuso, y una sonrisa picarona amaneció en sus labios.
<BR>- ¿Sabes que estás guapísima? –cambié de tercio sin venir a cuento, pero es que la veía más centelleante que nunca, como si aquella mirada del muchacho hubiera reverdecido viejos laureles apagados por la rutina.
<BR>- ¿A ver que quiere mi niño esta noche? –dijo, coqueta, al tiempo que sus dedos pellizcaban mi cara.
<BR>- Uf, ya sabes lo que deseo cariño. Además, este pequeño incidente me ha puesto a cien. No sé... como si hubiera reactivado mis instintos.
<BR>- Y que lo digas –sus gestos con la cabeza denotaban una excitación que hacía mucho tiempo no advertía.
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<BR>La medianoche nos alcanzó entre risas e insinuaciones picantes. Al poco rato Irene indicó con su mirada que girara. Por la puerta de entrada al restaurante aparecieron, bellísimos, los dos jóvenes. Tras otear infructuosamente en busca de un lugar donde aposentarse dirigieron sus pasos a una mesa al lado nuestra. Unos inquilinos del parador se adelantaron, dejándolos plantados en medio del salón. Irene, en un arrebato de descaro, llamó al muchacho y le invitó a sentarse con nosotros. Aceptó sin dudarlo tras consultar con la bella recepcionista.
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<BR>- Gracias señores, ha sido un bonito detalle dejar que les acompañemos –dijo el chaval.
<BR>- De nada hombre. Os hemos visto apurados y pensamos que la compañía de dos jóvenes en nuestra mesa revitalizaría el ambiente –asintió Irene.
<BR>- ¿Ya has finalizado tu turno? –pregunté sin mucho sentido a la chica.
<BR>- Sí. Hace una hora.
<BR>- Estarás cansada entonces –insistí.
<BR>- Pues la verdad es que no. Además, ya se encarga Félix de recargarme las pilas. Hace dos semanas que no nos vemos. Imagínese.
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<BR>Desde luego sí que lo imaginaba.
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<BR>- Pero mujer, haberlo dicho y no os hubiéramos cortado vuestros planes –dije en un apócrifo tono de contrariedad.
<BR>- No se preocupe señor, la noche es larga y esto es un aperitivo. Ustedes parecen personas muy agradables, de buen trato, por eso aceptamos su amable invitación.
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<BR>El corazón me dio un vuelco como si aquellas inocentes palabras quisieran decir más de lo que expresaban. La imagen de estos jóvenes fornicando a la orden de «la noche es larga» me estimuló un cosquilleo incontrolable. Noté de inmediato mi excitación.
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<BR>Durante el tiempo que duró la charla con Felix y Amanda fuimos acercándonos, como quien no quiere la cosa, hasta bromear con roces de manos y miradas deseosas. En esos momentos notaba entre mis piernas una importante erección. Ya me hubiera gustado adecuarla para que no se oprimiera con tanto ímpetu eréctil. Pero pensé que no era lo correcto y aguanté como buenamente pude. En la mesa fluían como arroyo naciente el deseo, el morbo y la excitación a partes iguales.
<BR>Irene, a mi izquierda, se había descalzado y acariciaba con sus deliciosos pies mis piernas mientras se dejaba seducir por Félix, un consumado especialista en estos menesteres. Notaba su excitación en los pezones, que sobresalían intensos y duros, y me alteraba, avivando un morbo incontrolable. A mi derecha, Amanda, resplandeciente como un coche nuevo, lucía un generoso escote que dejaba entrever unos pechos turgentes, de esos que caen para arriba. Ella notaba que mis ojos sentían vértigo al mirarla, y entre risas y risas adecuaba su vestimenta de tal manera que podía atisbar partes de su bellísimo cuerpo con relativa facilidad. De vez en cuando, al ver que ella no me miraba y atendía a Irene, mis ojos descendían hacia sus elípticas piernas y las recorría con inenarrable placer hasta detenerme en sus exquisitos pies. ¡Ay, los pies! Mi perdición. No era una obsesión, ni siquiera fetichismo, lo que sentía por los pies: solo consideraba que esa parte de la mujer garantizaba un suplemento de erotismo muy interesante, sobre todo si estaban cuidados.
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<BR>Pasaban las 2 de la mañana cuando propuse tomarnos la última copa en nuestra habitación; el restaurante estaba a punto de cerrar. Aceptaron alegres la proposición. Nos levantamos, pagamos la cena y nos dirigimos hacia el ascensor. Pude observar en el trayecto como Irene le instalaba las manos en el trasero a Félix y, tras apretárselo, espetaba una frase irreconocible acerca de su dureza. Él rió ostensiblemente y no pude evitar la tentación de comprobar la certeza de la afirmación de mi mujer. Félix, sorprendido a medias, se volvió y me preguntó si también me gustaban los traseros masculinos y le dije incomodado que no, que solo quería comprobar lo que Irene había dicho. En ese instante Amanda preguntó en voz alta si me parecía mejor culo el de su novio que el suyo entretanto cogía mi mano y la dirigía hacia su precioso trasero. No había color: las nalgas de Amanda eran duras pero tersas, y elevadas hasta el sonrojo.
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<BR>Llegamos a la habitación y se desbordó la pasión. Félix se fue como un poseso al cuarto de baño a cambiar el agua al canario, lo que lograría con enorme dificultad debido a su prominente erección. En ese instante, Irene, embalada, se acercó a mi lado y me besó con inusitada intensidad al mismo tiempo que metía su mano en mi pantalón. Sus ojos se abrieron sorprendidos y comentó jocosa que así no me la había sentido en mucho tiempo. Miró a Amanda:
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<BR>- ¿Te gustaría probarla, preciosa? –le dijo, completamente excitada.
<BR>- ¿Esperamos a Félix? –trató de esquivar el tema sin conseguirlo.
<BR>- No hace falta. Ven.
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<BR>En ese momento Irene fundió sus labios con Amanda sin soltar mi polla, la cual parecía romperse por momentos. No podía creérmelo. Mi mujer besando a una chica cuando siempre había dicho que los tríos no le iban. Sin dejar de besarla me miró, desbordada, y preguntó si me gustaría besar a Amanda. Sí, claro. Dirigí mis labios a los de ese bello ser y sentí una dulzura, una frescura juvenil impactante. La mano de Irene continuaba instalada en mi paquete, su boca en los hombros y pecho de Amanda, la boca de ésta fundida con la mía y sus manos acariciándonos a los dos. En ese momento Félix salió del baño.
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<BR>- ¡Eh! ¿Habéis empezado sin mí? ¡Eso no se hace, joder!
<BR>- Anda, adonis, vente con nosotros –dijo Irene asiéndolo del brazo.
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<BR>Nos tumbamos en la cama, amplia y confortable. Aunque si no lo hubiera sido creo que nos habría dado igual; estábamos lanzados sin remisión. Irene acostó violentamente a Félix en la cama y se puso encima mientras lo desnudaba con premura y deseo, pero disfrutando de su piel con besos y caricias. Amanda la siguió y me encontré al lado de Félix, con una bellísima joven desnudándome, y una maravillosa mujer como la mía completamente desencajada, desaforada en su excitación. Creí morir de gusto. Las dos damas nos desnudaron y se detuvieron en nuestras pollas, mimándolas con sus labios, con sus bocas, desembocando nuestros instintos. Se cambiaron de cabalgadura y la imagen era de lo más excitante. En esos instantes Irene y Amanda parecían sincronizadas y se desnudaron de arriba a la par. Comprobé satisfecho que no me equivocaba: los pechos de Amanda eran de los que caían para arriba. Sin desmerecer los de Irene, aun en estupendo estado. Volvieron a cambiar de lado y sus pechos cayeron en nuestras bocas. ¡Qué sabor, que turgencia! Los pezones de Amanda, pequeños, negros y verticales eran un espectáculo por sí mismos; rugía de placer al morderlos. Irene saltaba sobre Félix y la lengua de éste rodeaba sus erectos pezones. Sentí como disfrutaba mi mujer y aumentaba mi turbación. No pude evitar mover mi mano hacia el cuerpo de Félix y lo rocé. ¡Tocaba a un hombre cuando en mi vida había sentido ningún tipo de atracción hacia mi propio sexo! En esos momentos todo me daba igual, cualquier forma de placer valía, del tipo que fuera. Félix devolvió las caricias. Irene y Amanda tornaron a besarse con fruición. Félix y yo acercamos nuestras bocas y por primera y única vez probé un beso de un hombre. Resultó extraño, duro, pero su intensidad no me desagradó.
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<BR>Tras los besos y caricias de precalentamiento afrontamos cotas más elevadas de placer. Amanda, con dulzura y precisión se montó en mi cabalgadura y emprendió una danza de movimientos circulares que me estremecieron. Irene, por su parte, practicó un 69 con Félix, volcánico, mágico y excitante. No pude reprimir el deseo de observarlos y comprobar con qué buen manejo Irene se movía sobre aquél cúmulo de venas y músculos excitados y excitantes. Desde luego no tenía mal armamento este chico. Cada introducción en la boca de Irene de la polla de Félix me provocaba más y más placer, no sé si pensando que era yo el que entraba en la boca de ella o el que estaba en su lugar mamando. Irene logró que Félix se corriera en su boca sin dejar éste de comer su lindo coño con esmero. Amanda continuaba su baile, pero ahora de abajo arriba, con pausa y una intensidad creciente acorde a mis gemidos de placer. «¡Más!» -le grité, completamente desencajado-. Ella me pidió lo mismo; así una y otra vez hasta que rompió. Y no lo hizo una vez, sino varias, mientras yo trataba de aguantar en vano mi lluvia: exploté. No podía más y rompí el dique mientras le agarraba las nalgas y me incorporaba para sentir su pecho contra el mío.
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<BR>Una pausa de caricias siguió a la primera tormenta de la noche. Todos nos mirábamos satisfechos, excitados y espumosos. Irene me observó sonriente y susurró si me había gustado. «Muchísimo», le contesté, «¿y a ti?» «Lo he pasado de madre», respondió con el aliento entrecortado. Luego llegaron las preguntas de rigor para Amanda y Félix, que aun yacían turbados en la cama, acariciándose.
<BR>Sin darnos apenas cuenta regresamos a las caricias envueltas en deseo, y por arte de birlibirloque nos encontramos practicando un 69 pero a cuatro, muy excitante, sobre todo los intercambios de posiciones, que incluían extrañas combinaciones.
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<BR>Llegó el momento cumbre de la segunda entrega cuando me acosté en la cama boca arriba y sobre mí cabalgó Irene, inclinando su pecho hasta fundirse con el mío. En esa postura, Félix introdujo por el agujero libre de Irene su venosa y expandida polla, lo que le originó un estallido de placer. Para completar la escena, Amanda se puso de cuclillas, presentando su preciosa pulpa en mi boca, a modo de caramelo, que comí con enorme deseo. De esta guisa permanecimos unos minutos hasta que Amanda, animadísima, le pidió a Irene que le comiera su coñito rasurado. Se puso boca arriba sobre mi pecho e Irene introdujo su lengua en su manjar. La postura no era nada cómoda pero con tal que disfrutaran las dos aguanté el tipo estoicamente. Irene, a pesar de sentir triple placer, era capaz de controlar a voluntad los músculos de su excitada valva, enviándome al olimpo de la delectación. Mis manos amasaron las duras tetas de Amanda y pellizcaron sus erectos pezones conjuntamente ella estallaba de placer, corriéndose casi de inmediato ante el amasijo de goce que le rodeaba. Irene no tardó demasiado en acompañarla. Luego reventó Félix en el ano de Irene y por último descargué yo; mi postura no ayudaba a finalizar raudo.
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<BR>La noche nos invitó a intentarlo por tercera vez pero el cansancio dominó nuestros apetitos y caímos rendidos. Dormimos profundamente.
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Brisne
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Mensaje por Brisne »

¿Pero que hice anoche?. La mañana me despertó resacosa y vomitiva. Tenía ciertas lagunas de la noche anterior.
<BR>Ricardo estaba ahi, a mi lado feliz, parecía soñar, ¿con quién estará soñando?
<BR>Me incorporé, estaba abrazado a otra mujer. De repente la pelicula de la noche anterior pasó por mi cabeza, ¡Oh, dios!
<BR>Todo eso que tenemos dentro, esa culpabilidad, esos miedos de golpe llenaron la cabeza de la pobre Irene. Su rígida educación cristiana que casi había superado golpeó fuertemente su cabeza y su cara se pusó bermellón.
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<BR>Tenia que ducharse rápidamente, y salir de esa habitación. Joder, aún estaban los cuatro ahí durmiendo en la misma cama.
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