El tiempo: la nueva esclavitud
Publicado: 04 May 2004 16:36
"Cuando nos detenemos a pensar en el futuro estamos desaprovechando una magnífica oportunidad para sentar las sólidas bases que nos ayuden a lograr que el hipotético futuro sea del modo en que lo imaginamos. Hay que forjar hoy la armadura del mañana."
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<BR>De esta máxima se pueden extraer interesantes conclusiones. Depende de nuestra actitud asimilarla como algo positivo y edificante o como algo negativo y apremiante; la diferencia entre una y otra radica en la optimización de un elemento fundamental que las vincula: el tiempo.
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<BR>El tiempo, como elemento competitivo -el que conocemos muy bien en el Primer Mundo, sobre todo en la última centuria- domina nuestros actos. Hemos fabricado relojes para medirlo, para darle sentido a nuestras acciones y le hemos dotado de una identidad propia, independiente de la voluntad del hombre. Juan de Mairena definía al ser humano como "el animal que mide su tiempo" o "el animal que usa relojes" (1). El reloj, en definitiva, permitió disociar el tiempo de los ciclos naturales y llegar a la noción del tiempo abstracto; en ese momento nos convertimos en sus siervos. Para existir y funcionar hemos de seguir sus encorsetadas leyes y respetar sus plazos, fechas, días y horas. Nos movemos dentro de su sólido engranaje provocando un conflicto insalvable, un enfrentamiento que siempre termina con la derrota del hombre: el tiempo lo aniquila; nada sobrevive al inexorable paso del tiempo.
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<BR>El tiempo, como creación natural –así es como lo concibe el pueblo africano- es un concepto más elástico, holgado y subjetivo. Es el hombre el que influye sobre la horma del tiempo, sobre su ritmo y su transcurso. Es más, el tiempo es algo que el hombre puede crear, solo se manifiesta a través de los acontecimientos, y el hecho de que éstos se produzcan o no depende del hombre. Si dos ejércitos no libran batalla esta no habrá tenido lugar –el tiempo habrá dejado de existir, de manifestar su presencia-. El tiempo, en resumidas cuentas, es una realidad pasiva dependiente del hombre.
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<BR>Vivimos a tanta velocidad en la Europa –y América- rica que no nos sosegamos para pensar en nosotros mismos. Hemos pasado en poco tiempo de considerar una ocupación en sí verse y conversar con los amigos plácidamente a tener la sensación de estar desperdiciando el tiempo: parece que hay que estar trabajando todo el día o usando nuestro tiempo de ocio en pos de la locura consumista que nos domina. Un dicho africano señala que todos los blancos tienen reloj, pero nunca tienen tiempo (2).
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<BR>En ocasiones tenemos la sensación de necesitar dos vidas para cubrir todas nuestras expectativas vitales: una para ser responsables y trabajadores, para dar a la sociedad lo que ella nos solicita; y otra para disfrutar la vida de la manera más epicúrea posible, donde solo tenga cabida nuestros más profundos deseos, sin las presiones externas que lo mediatizan. Pero como de irrealidades o sueños no podemos vivir intentamos, la mayoría de veces sin ningún éxito visible, compaginar ambos aspectos vitales. Tratar de optimizar los recursos temporales dependerá, en última instancia, de la capacidad de cada individuo o colectivo.
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<BR>(1) Antonio Machado, Juan de Mairena (edición de José María Valverde), Castalia, Madrid 1971, p. 224.
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<BR>(2) Jorge Riechmann, Tiempo para la vida. La crisis ecológica en su dimensión temporal, Ediciones del Genal, Málaga 2003, p. 13.
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<BR>De esta máxima se pueden extraer interesantes conclusiones. Depende de nuestra actitud asimilarla como algo positivo y edificante o como algo negativo y apremiante; la diferencia entre una y otra radica en la optimización de un elemento fundamental que las vincula: el tiempo.
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<BR>El tiempo, como elemento competitivo -el que conocemos muy bien en el Primer Mundo, sobre todo en la última centuria- domina nuestros actos. Hemos fabricado relojes para medirlo, para darle sentido a nuestras acciones y le hemos dotado de una identidad propia, independiente de la voluntad del hombre. Juan de Mairena definía al ser humano como "el animal que mide su tiempo" o "el animal que usa relojes" (1). El reloj, en definitiva, permitió disociar el tiempo de los ciclos naturales y llegar a la noción del tiempo abstracto; en ese momento nos convertimos en sus siervos. Para existir y funcionar hemos de seguir sus encorsetadas leyes y respetar sus plazos, fechas, días y horas. Nos movemos dentro de su sólido engranaje provocando un conflicto insalvable, un enfrentamiento que siempre termina con la derrota del hombre: el tiempo lo aniquila; nada sobrevive al inexorable paso del tiempo.
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<BR>El tiempo, como creación natural –así es como lo concibe el pueblo africano- es un concepto más elástico, holgado y subjetivo. Es el hombre el que influye sobre la horma del tiempo, sobre su ritmo y su transcurso. Es más, el tiempo es algo que el hombre puede crear, solo se manifiesta a través de los acontecimientos, y el hecho de que éstos se produzcan o no depende del hombre. Si dos ejércitos no libran batalla esta no habrá tenido lugar –el tiempo habrá dejado de existir, de manifestar su presencia-. El tiempo, en resumidas cuentas, es una realidad pasiva dependiente del hombre.
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<BR>Vivimos a tanta velocidad en la Europa –y América- rica que no nos sosegamos para pensar en nosotros mismos. Hemos pasado en poco tiempo de considerar una ocupación en sí verse y conversar con los amigos plácidamente a tener la sensación de estar desperdiciando el tiempo: parece que hay que estar trabajando todo el día o usando nuestro tiempo de ocio en pos de la locura consumista que nos domina. Un dicho africano señala que todos los blancos tienen reloj, pero nunca tienen tiempo (2).
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<BR>En ocasiones tenemos la sensación de necesitar dos vidas para cubrir todas nuestras expectativas vitales: una para ser responsables y trabajadores, para dar a la sociedad lo que ella nos solicita; y otra para disfrutar la vida de la manera más epicúrea posible, donde solo tenga cabida nuestros más profundos deseos, sin las presiones externas que lo mediatizan. Pero como de irrealidades o sueños no podemos vivir intentamos, la mayoría de veces sin ningún éxito visible, compaginar ambos aspectos vitales. Tratar de optimizar los recursos temporales dependerá, en última instancia, de la capacidad de cada individuo o colectivo.
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<BR>(1) Antonio Machado, Juan de Mairena (edición de José María Valverde), Castalia, Madrid 1971, p. 224.
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<BR>(2) Jorge Riechmann, Tiempo para la vida. La crisis ecológica en su dimensión temporal, Ediciones del Genal, Málaga 2003, p. 13.
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