Muere José Emilio Pacheco, cima de la poesía mexicana.

 José Emilio Pacheco. / Foto: Efe

La vida del gran poeta y narrador mexicano José Emilio Pacheco se apagó en apenas 48 horas. Ganador del premio Cervantes en 2009, querido poeta «de guardia» de los mexicanos, Pacheco murió con 74 años en la madrugada del lunes, en el hospital de la capital mexicana en el que estaba ingresado desde el viernes. Su hija Laura confirmó que su padre murió «en paz y tranquilo, en la raya, como él hubiera querido» y rodeado de los suyos. Con él se pierde una de las voces más originales y admiradas de la reciente poesía hispana.

Ensayista y traductor además de poeta y novelista, su obra se caracteriza por una honda preocupación ética y reflexiva alejada de la grandilocuencia y sin perder nunca de vista la realidad cotidiana. La revista Letras Libres le consideró en 2002 como el mejor poeta vivo equiparando la potencia de su poética a la de otro grande de las letras hispanas, el premio Nobel Octavio Paz, de quien Pacheco fue gran amigo.

Después de medio siglo practicando la poesía, José Emilio Pacheco decía no saber «qué es ni para qué sirve». Sí sabía que «todos somos poetas» y que la poesía a la que tanto debía es «la mejor dedicación literaria, la más gratificante» para alguien que escribe «siempre en legítima defensa». «Que escriba poesía es un misterio, como casi todo para mí. No puedo definirla, más allá de ese misterio», aseguraba en 2009, horas antes de recoger el Cervantes en Alcalá de Henares de manos del rey.

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Un comentario:

  1. Elena Marqués

    Un recuerdo para él y sus versos.

    Entre tanto guijarro de la orilla
    no sabe el mar
    en dónde deshacerse

    ¿Cuándo terminará su infernidad
    que lo ciñe
    a la tierra enemiga
    como instrumento de tortura
    y no lo deja agonizar
    no le otorga un minuto de reposo?

    Tigre entre la olarasca
    de su absoluta impermanencia
    Las vueltas
    jamás serán iguales
    La prisión
    es siempre idéntica a sí misma

    Y cada ola quisiera ser la última
    quedarse congelada
    en la boca de sal y arena
    que mudamente
    le está diciendo siempre:
    Adelante.

    José Emilio Pacheco

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