El buen Entusiasmo. Por Usue Mendaza

El buen Entusiasmo

El buen Entusiasmo

  Soplo interior de Dios. Así lo llamaban los griegos antiguos. El Entusiasmo está  conectado con la exaltación del ánimo y con una manera positiva de mirar y de vivir. Pero no todas tenemos el don de levantarnos de la cama todos los días con una amplia sonrisa y de mantenerla durante toda la jornada. Tampoco todas tenemos el soplo divino de entusiasmarnos con la felicidad ajena. Más bien muy al contrario.

  Mi amiga Olivia se tenía por una persona entusiasta, y de eso daba cuenta meritoriamente su exitosa manera de lograr todo lo que se proponía a su paso. Catedrática y Profesora de biología de profesión, con la mejor nota de su promoción, conocida en el círculo de amigas y de conocidos de su ciudad como “la perfectísima dama”, porque todo lo hacía no bien, sino más que bien. Perfectísimamente bien. De pequeña había asistido a clases de ballet, hobbie que había impreso en ella una disciplina inocua, según su madre y su padre, químicos de profesión, y había en ella siempre, en su pose y en sus movimientos angelicales, una indómita ansia de perfección, que trasladaba de manera tácita a su vida familiar y profesional. Tenía la virtud de saber conciliar ambas y de no escapársele en este encaje de bolillos ningún súbito nudo, ninguna puntada de más o fuera de lugar. Hasta que me conoció a mí y todo se fue al traste.

  Dicen que las buenas amistades traban en los fogosos corazones implicados un alimento de lo más saludable, donde las personas se retroalimentan y aprenden entusiásticamente una de la otra. Una comunicación bidireccional en la que las dos se benefician mutuamente. Pero ¿qué ocurre si la amistad inicial, disimuladamente bonhome, entra en un status quo extraño y llega a ser del todo tóxica y para nada sana e idílica?

  Fue tras un encuentro iniciático en el simposio-lectura donde Olivia era conferenciante de su primer libro publicado. Lo típico, de estas reuniones es que al final se quede el corrillo de turno formado por la sublime escritora, el editor, la ilustradora, los periodistas y toda la vorágine ansiosa de una firma personalizada. Lo reconozco. Estaba nerviosa. Olivia representaba todo lo que yo no era. O sea nada. Y la envidia, más que una simple admiración, respiraba por cada poro de mi piel aunque siempre se me dio bien disimular. Demasiado bien disimulaba.

  Pertenezco a una familia del todo vulgar, sin nombre ni abolengo propios y mis  avances personales y “profesionales” se deben más que a la meritocracia de mis capacidades, a serviles y audaces, llamémosle triquiñuelas, para seguir a flote en la vida, más propias de una mafia cultivada en pequeños ardides de trepa, para conseguir aquello que me despierta una malsana y mal llamada entusiasta admiración.

  Causé a Olivia en nuestro primer encuentro del simposio una buenísima impresión. Tanto que me llamó, sorpresivamente, al día siguiente. El plan estaba más que meditado. Me quedaría a conciencia la última de la fila para la firma y aprovecharía la situación como siempre para sacar tajada. Aprovechando que ya había leído su libro, hice como que éste me importaba más que nada en este mundo y terminamos las dos bebiendo vino y comiendo del pequeño lunch ofrecido en una mesita aparte. Olivia y yo a solas. Y ya se sabe, que una copa lleva a la otra y después a otra y así nos dio a las dos la hora boba. Estábamos más que entusiasmadas, yo de haberla conocida y Olivia, pobrecita, ella no sabía reconocer a la boca del lobo. Pero conseguí que la ovejita accediera a tomar mi tarjeta de visita confeccionada para la ocasión.

  Las llamadas de teléfono y los encuentros se fueron sucediendo. Quedábamos hasta tres veces a la semana primero en algún bar para tomar el vermut de la mañana, después lo hacíamos en restaurantes para comer.  Y siempre hablaba Olivia. Normalmente era yo quien preguntaba. Y si caía alguna pregunta de soslayo por parte de mi amiga sobre mí, desviaba astutamente el tema. Fue cuando empezamos a quedar en su casa, en la de Olivia, después de las presentaciones de su marido y de sus hijos, que empezó a dejar de llamarme con el entusiasmo con el que solía hacerlo. Hecho que debía haberme preocupado sin más, pero reconozco, me alteró indebidamente. Mis llamadas y mensajes al wasap de Olivia se produjeron en exceso a su número de teléfono a muy altas horas de la madrugada durante muchos días y entonces decidió cerrarse en banda, cosa que me produjo un gran estupor.

  Pero me podía dar por satisfecha porque el daño ya estaba hecho y el sufrimiento ajeno me producía cierta felicidad que no sabría bien cómo explicar. Olivia cogió la baja lo que causó enorme asombro en su círculo de amistades. Dejó de asistir a sus compromisos personales y podían transcurrir semanas que ella apenas pisaba la calle.  Lo supe porque desde mi ventana indiscreta del otro lado de la calle, yo la vigilaba un día sí y otro también.  Supuse desde mis dotes de mejor espía que persona, que la relación con su marido no pasaba tampoco por el mejor momento, circunstancia que obviamente no podía dejar pasar desapercibida.

  Escribía León Tolstoi que todas las familias felices se parecen unas a otras. Las infelices lo son cada una a su manera. Podríamos apostillar aquí que hace falta mucho, mucho entusiasmo y largo tiempo para formar una familia feliz, y mucha, mucha maldad y demasiado poco tiempo para destrozarla de la manera más endiablada y contumaz posible.

USUE MENDAZA

Usue

Nace en Vitoria-Gasteiz en 1975. Titulada en Secretariado de Dirección por la Universidad de Deusto, Bilbao (1993-1996). Habla Inglés y Alemán . Aprende Francés. Siempre ha sentido curiosidad por el mundo cultural pero a sus 33 años despierta especialmente un enorme interés por la Poesía y por la Literatura. Con el Liceo Poético de Benidorm, de la que fue integrante, participa, además de en numerosos recitales por toda la provincia de Alicante, en la Antología VOCES EN AZUL con la Editorial Germania. Ha colaborado en el libro antologado DEL SILENCIO AL TEATRO DEL PARNASO, disponible en Amazon, en homenaje al poeta modernista hondureño Juan Ramón Molina, amigo de Ruben Darío. Están también sus letras en la Edición cuaderno impreso de 2012 y en la electrónica de Agosto de 2013 en DOS POEMAS Y UN CAFE, edición de J. SEAFREE. Escribe asiduamente reflexiones, relatos, artículos etc, para Canal Literatura y para su blog usuemendaza.wordpress.com. Actualmente reside y trabaja en la ciudad de Granada.

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