La rebelión catalana: Ni güevo ni fuero. Por Santiago Trancón

La rebelión catalana: Ni güevo ni fuero.

la rebelión catalana

  Entre los Escritos políticos de Quevedo encontramos uno, La rebelión de Barcelona, subtitulado Ni es por el güevo ni es por el fuero, cuyo contenido es de una actualidad asombrosa. Sorprende comprobar hasta qué punto lo que cuenta y analiza Quevedo se parece a lo que hoy vivimos y padecemos. Escribió Quevedo el texto confinado en la cárcel de San Marcos de León, circunstancia que agranda la dignidad y libertad de su pensamiento. Reflexiona en él sobre los hechos iniciados en 1640 que llevaron a Cataluña a separarse de España y ponerse en manos de la monarquía francesa hasta 1652.

  La sublevación tuvo una fase inicial que fue la revuelta de los segadores y campesinos contra el poder feudal y burgués barcelonés, que recuerda el intento de toma del Parlamento catalán por los indignados en 2011. Ese movimiento social fue enseguida canalizado y dirigido contra del ejército de Felipe IV que luchaba desde tierras catalanas contra Francia, ejército al que Cataluña se había negado a aportar hombres y dinero. El proyecto de la Unión de Armas de Olivares, resumido en su aforismo Multa regna, sed una lex («Muchos reinos, pero una ley»), chocó en Cataluña con la resistencia de la oligarquía medieval («los señores de la montaña») y la burguesía mercantil barcelonesa. Recordemos, para completar el cuadro, el auge del bandolerismo, que en Cataluña se convirtió casi en una guerra civil entre clanes mafiosos (robos, secuestros, venganzas, asaltos… Nyarros contra cadells).

  La imagen de una Cataluña pactista y pacífica es un mito. El día del Corpus apuñalaron y mataron al virrey Dalmau de Queralt. El clérigo Pau Claris hizo que la Generalidad proclamara al rey francés conde de Barcelona. «Quitaron de la cabeza la corona a la Virgen de Montserrate para coronar a Luis XIII«, escribe Quevedo. No quisieron unirse al ejército español y acabaron pagando al ejército francés para que viniera a defender Barcelona. Pasaron de una monarquía  a otra y en el cambio perdieron el Rosellón y la Alta Cerdaña (donde, además, se impuso el francés como lengua oficial y desapareció el catalán). «No querer dar lo justo y moderado que se les pidió, y perder más, no puede llamarse ahorro, locura sí. Hoy nada es suyo si no es la rebelión«, escribió Quevedo.

  Quevedo trata de entender esta conducta tan irracional («locura»), y es aquí donde su reflexión nos interesa más. Primero desmonta la motivación religiosa que fue el arma más eficaz de la rebelión. Se acusó a los tercios de herejes y profanadores de templos. El libelo con el que se alentó la revuelta, escrito por el fraile Gaspar Sala, se titulaba Proclamación Católica (escrita en español, por cierto), en que se exalta la catolicidad catalana hasta el delirio. «El primer gentil que recibió la fe de Cristo» era catalán, Santiago Apóstol inició su predicación en Cataluña, el primer obispo fue catalán, «por los catalanes goza España el santo tribunal de la Inquisición, y fue su primer inquisidor el santo catalán Raimundo de Peñafort«. También «los primeros que plantaron la fe de Cristo en las Indias Occidentales fueron doce sacerdotes catalanes«…

  Frente a esto, el ejército español quemaba iglesias y pisoteaba el Santísimo Sacramento. De Ruidarenas, la iglesia que sufrió un incendio que Quevedo sospecha fue causado por los rebeldes, se extendió por toda Cataluña la imagen -que aparece en la portada de la Proclamación-de un cáliz con la Sagrada Forma entre llamas. Todos las iglesias y campanarios de Cataluña llamaron a la guerra contra «los agravios sacrílegos ejecutados por los soldados«. Hoy exhiben lazos amarillos en las torres y fachadas de las iglesias y llaman a la independencia desde los púlpitos; sus dirigentes, que siguen yendo a misa a comulgar, son una réplica de aquel brazo eclesiástico que alentó la rebelión.

  Se identificó entonces a Cataluña con esa catolicidad ultra del mismo modo que hoy se identifica con la democracia y la lucha por la libertad del pueblo oprimido .(Donde católicos contra sacrílegos, pongan demócratas contra fascistas). La Fe Católica era atacada y eso justificaba la guerra. Franco hizo lo mismo y le llamó cruzada. Artur Mas ha dicho que España y los españoles están dispuestos a «quemar Cataluña». La propaganda, basada en la mentira, cuanto más exagerada más eficaz.

 

la rebelión catalana

  El segundo argumento que desmiente Quevedo es el de la fidelidad de los catalanes a la corona y a la legalidad, que esgrimen con orgullo. Decía la Proclamación, dirigida a Felipe IV: «No tiene V. M. vasallos de fidelidad más entera, de legalidad más pura que los catalanes«. Quevedo se asombra de que los catalanes defiendan esto cuando acaban de traicionar al rey, reinventando los fueros para acomodarlos a sus intereses. Sigue aquí al Aristarco (el contra-libelo de la Proclamación): «Esto de inventar los catalanes y escribir a su albedrío lo que conviene a su honra, o a su vanidad, es cosa natural en ellos«. Dando la vuelta a todo, pretenden demostrar que ha sido el soberano Felipe IV el que ha traicionado el pacto y conculcado los fueros. Quevedo deja claro que sólo se trata de una lucha en favor de los privilegios de una oligarquía local a la que llama «sátrapas de Cataluña«.

  Entendemos hoy muy bien esta amarga reflexión de Quevedo: «Mucho desanima amparar al que se ofende de que le amparen: peleábamos contra los franceses por Cataluña, y los catalanes obligaban a los franceses contra nosotros«. Buscó en el libro de los fueros catalanes algo que justificara esta conducta y temió encontrar ese ««no queremos porque no queremos», a quien han introducido en fuero; y hojeado todo el libro, hallé no sólo sanos y no quebrados sus fueros, empero no hendidos, antes más guardados de su majestad que de su Archivo y Deputación y Concelleres. Yo les pregunto que cuál tienen que para valerse de los franceses no le hayan hecho pedazos y vuéltole desafuero, pues defenderlos para quebrarlos, guardarlos de todos y no de sí, para perderlos, no es menor locura que sería en cualquiera guardar su casa de todos para derribarla encima de sí mismo«.

  Lo que descubre Quevedo es cómo han retorcido los fueros (leyes), habilidad que hoy siguen practicando con total descaro: «Muchos fueros y privilegios leí tan diferentes de como los alegan, que los desconocí; y siendo los mismos, los tuve por otros. No los alegan como los tienen, sino como los quieren. Esto es concederse privilegios; y yo certifico que no tienen privilegios ni fuero para poder concederse a sí mismos ni lo uno ni lo otro«. Saltarse la Constitución, interpretar el Estatuto a su antojo, inventarse leyes… ¿Les suena a algo? ¡Estamos en el siglo XVII!

  Acaba Quevedo explicando la metáfora del güevo (los intereses), diciendo que es huevo de gallo porque ha sido empollado por los franceses (losgalos), pero del que ha salido un basilisco, esa «sierpe habitada de veneno que mira con muertes«. Tendrán así los catalanes «por rey al régulo» (el basilisco), «que, si mira lo que hace, deshace lo que mira«. Entendemos ahora por qué dice que «son los catalanes aborto monstruoso de la política» y el condado de Barcelona «este laberinto de privilegios, este caos de fueros«. Y otra jugosa comparación: «son los catalanes el ladrón de tres manos«, porque juntan las dos manos para rezar, pero una de ella es un simulacro de madera o trapo, mientras con la mano libre hurtan lo que pueden. Sí, no me recuerden que ni ayer ni hoy podemos hablar de «los catalanes» como un todo homogéneo; vayamos al meollo del asunto y no desviemos la atención.

  Es la irracionalidad de la «rebelión»(la llama así, no de otro modo) lo que Quevedo trata de encarar, algo que ni por el güevo ni por el fuero se puede justificar. El escrito nos deja un sabor amargo, porque Quevedo acaba expresando supesimismo ante el fracaso de la razón y la política misma.

  Una última perla. Asegura Quevedo que Cataluña necesita, «para engañar, que se fíen de ella«. ¡Diálogo, diálogo, diálogo!, repite el basilisco.

Santiago Tracón

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