Se mueve la vida con ritmos precisos,
etapas de reloj y biología de salón.
Todo ha transcurrido con la exactitud
de una cebolla, sucediéndose una capa
inadvertida tras la otra:
Nací cuando era el tiempo (nadie me preguntó,
pero lo fue, y no quedo remedio).
Anduve en su momento, algo torpón,
(aún duelen las secuelas del intento).
Aprendí a pedir balbuceando aunque
sabía que un llanto puede más,
mucho más que dos mil versos,
pues las lágrimas son ciertas
y las palabras mienten sin saberlo.
Luego me nació el vello, crecí hacia fuera
(y algo más también por dentro);
las conocí a ellas,
(a una más que a todas las demás).
Me hice formal y aporté mi cuota
seminal para el progreso de la especie
(aún no se qué especie es esta de progreso).
Ahora, obedientes al impulso primordial
fabricamos vida y cuentos y un hogar
donde ellos, nuestros sueños,
completen su proceso hasta volar.
Entonces abandonaremos discretamente la escena
y al fin llegará la soledad.