La mirada anfibia de Mr. Pink no parece dirigirse a ningún punto en concreto
cuando una bala presuntuosa y poética vuela de forma amistosa.
Probablemente sienta ese terror suprasegmental de los domingos,
o recuerde quizá los dragones de su infancia, o los monstruos del armario.
Quién sabe, porque tras su declaración de intenciones
desapareció bajo una tela inusualmente brillante.
Puede ser que huyera con la prostituta sureña y medio coja,
que albergaba ratones descoloridos bajo la falda,
aquella, la de la risa más triste del mundo,
más parecida a varilla de caucho que a cualquier otra cosa.
Hay quien asegura haberle visto caminar por el desierto,
pradera de arbustos macilentos,
con una nube de polvo por sombrero.
Mr. Pink es un kind of men muy especial, es un cowboy moderno,
sus botas deben morder senderos fértiles de futuro.
Puede ser también que nuestro andante caballero
repose en su hueco de infierno rosado,
con un duermevela de coro de ranas azules,
o que una ninfa del bosque pusiera sexuales guirnaldas a su ombligo
y sorbiera su alcohólica mirada con cuentos y canciones.
Seguramente mientras tararea “Vamos a matar compañeros”,
su entrepierna de cuero vaya quedando deslucida de tanto heroísmo,
y su espalda de animal de bronce se vaya torciendo
de aguantar tempestades de hombres y mujeres famélicos,
y queden sus manos de madera secas como piedras de invierno,
sin calor de pólvora o sexo, sin rumor de cauces tiernos.