I
El sol quema, los perros
Con lomos hinchados huyen…
Mientras los hombres van
Con la mirada agazapada.
No hay árboles, ni columnas,
Montañas o puentes,
Sólo llano, polvo y horizonte,
Hay cansancio, hay tanta lejanía…
Un reloj debajo de la piel,
Tic tac en la cabeza.
¿Por qué existe tanta aridez
En la mirada del que espera?
Mientras los pies avanzan
Rasgando la dura piel de la realidad,
Los pensamientos se calcinan
En el cuarto de la incertidumbre…
II
Manos frías, ojos sin fondo,
Brillas como un diminuto monte blanco
En medio de la penumbra.
La noche te envuelve toda,
Te susurra, se impacienta y te
Sumerge en las aguas de un lago sombrío…
Pero te deslizas con suavidad,
Ligera, silenciosa, fluctuante como
La blanca espuma, que cubre las aguas.
Manos frías, ave diurna
Con lánguidos ojos,
Caen del cielo racimos de tristeza,
Sobre las aguas, sobre el mundo, sobre mi.
III
Sopla el viento, se instala la ausencia,
Voy cubriendo con cenizas todo mi cuerpo,
Para no sentir el frío que sube por el alma.
Se agotan los ojos de tanto mirar
A un llano, que se extiende infinito…
Y yo me pregunto:
¿Por qué hay tanta aridez
En la mirada del que espera?