La noche ocupa la ciudad
inmersa en su silencio.
Las luces en los edificios
nos indican la existencia
de seres que dormitan,
de extraños que nos miran
con los ojos cerrados.
Los coches duermen.
Algunos vagan por las calles,
fuera de atascos
y conductores malhumorados.
Imagino los bares desde mi ventana,
casi todos cerrados, salvo
aquellos que aún perduran
sirviendo de cobijo a un sudor etílico,
a un sabor extraño.
La noche palpita
como el corazón de un hombre
dormido. Aletargada, insinuante,
encubriendo la vida ajena a sus miserias,
a esa sociedad que nos engulle.