La aspiración a vivir en un medio monolingüe es el objetivo de los nacionalismos lingüísticos. Esto es difícil, porque una parte importante de la población tiene el español como lengua materna y de origen. Las medidas políticas (inmersión, exclusión del español de la vida pública, elaboración de una mitología nacionalista basada en la negación de todo lo que sea o suene a español) tienen por objetivo vencer la resistencia natural de los hablantes del español a cambiar de lengua. Aquí es donde empiezan los problemas. Es preciso ejercer una coacción más o menos abierta sobre estos hablantes, unida a un tenaz adoctrinamiento ideológico, para inclinar la balanza a favor de la lengua que se quiere convertir en dominante. Esto choca con derechos elementales, como el ser educado en la lengua materna, ser atendido en español cuando se solicite o conocer la verdad histórica. Los nacionalistas han visto aquí un peligroso escollo, y han optado, haciendo cuentas, que deben imponer el monolingüismo en la enseñanza y en la administración si no quieren que su lengua acabe siendo minoritaria y marginada de hecho. ¿Ocurriría esto si cambiaran de política, aceptaran un escuela bilingüe y una cooficialidad efectiva?
Aquí es donde se equivocan los nacionalistas. Promover el catalán bajo presión ha producido cierto avance del catalán, pero no lo ha convertido en una lengua atractiva, comunicativa, con vida propia. Hablar el catalán no se ve con frecuencia como un acto natural de comunicación en la lengua en que uno mejor se expresa, sino como un acto de afirmación nacionalista en unos casos, y en otros como un deseo de asimilarse e identificarse con quien se considera socialmente mejor situado, o incluso como la necesidad de renegar de un pasado incómodo, como es el caso de muchos emigrantes. Todo este entramado de sentimientos y actitudes no lo han querido tener en cuenta los nacionalistas, pensando que, si desde la guardería, los niños se sumergen en un medio catalán, todos estos rechazos desaparecerán, dado que los niños no tienen capacidad de resistencia y lo que prima en ellos es la necesidad de adaptación. Yo digo que con esto no basta. Mientras basen toda su estrategia en la inmersión y el monolingüismo oficial, y no logren asentar la lengua sobre unas bases psicológicas y sociales distintas, el avance del catalán se estancará, como así parece que está ocurriendo.
Hay personas que viven mal en un medio bilingüe, y yo entiendo que esto suceda. Pero quienes de verdad se sienten seguros en su propia lengua no le temen al bilingüismo. El bilingüismo no tiene que ser visto ni considerado como una maldición, sino, en todo caso, como una ventaja. Una ventaja social, cultural y económica. Así lo entienden la mayoría de los catalanes con un estatus social, económico y cultural más o menos acomodado, que no tienen reparo alguno de beneficiarse de su conocimiento del español. Son estos catalanes quienes no quieren renunciar a la gran cantidad de negocios que viven del español (no sólo medios de comunicación, sino de todo tipo), y que configuran el medio catalán como efectivamente bilingüe, incluso con mayor presencia del español de lo que debiera. Hay aquí también mucha impostura. El señor Lara, el mayor editor en español, es el socio mayoritario del diario ultranacionalista Avui, un periódico que, por ejemplo, todo lo que publicó del triunfo de la selección española fue colgar un video con el gol de Torres, retransmitido… en árabe. Toda la información se limitó a destacar los incidentes callejeros de la celebración. Así se construye ideológicamente el nacionalismo, claro.
Asentar una lengua sobre el odio y desprestigio de otra, construir una nación-estado sobre la negación y el rechazo de otra, dividiendo y enfrentando psicológica y socialmente a la población -eso sí, de modo silencioso y sutil-, mediante una propaganda constante y subliminal, cuando no abierta y provocativa, todo eso ha convertido el natural conflicto lingüístico en un problema político al que se le ha dado una solución falsa y en falso.
Diré, para casi acabar, que de esta situación se están aprovechando políticamente unos cuantos vivales y sin escrúpulos, como son los que ahora están tratando de utilizar el natural sentimiento de rechazo de esta política nacionalista mediante el llamado Manifiesto por la lengua común (a la que, por cierto no llaman español, sino castellano; bastante mal escrito, además), entre los que se encuentra el paladín de todos los engaños, director de un no sé qué periódico. A mí me engañó una vez, cuando el otro Manifiesto de los 2.300 (recordaré que al mes de aquella publicación apareció una larga entrevista con Pujol en el susonodicho diario, y allí acabóse todo, problema y denuncia), y por eso ahora no firmo nada que vaya a parar al mismo saco, juntando mi firma nada menos que con quien llegó a ser Ministro de Educación y de Administraciones Públicas y ni pío dijo, y menos hizo.
P.D. Uno de los ejemplos más elocuentes de la estupidez a la que hemos llegado fue eso de cambiar la asignatura de “Lengua y Literatura Española” por la de “Lengua Castellana y Literatura”. La literatura que teníamos que enseñar dejó de ser española, y la lengua, por supuesto, también. Lo peor de todo este asunto, la verdad, es el lavado de cerebro, el manipular las palabras, los hechos y la historia para contentar a los nacionalistas. Esto es lo que veo yo verdaderamente peligroso, porque supone renunciar, entre otras cosas, a la libertad de pensamiento y crítica. Sin ella, hasta se puede ganar un referendum de autodeterminación.
Bueno, en parte estoy de acuerdo con lo que dices. Hay algunas cosas de las que discrepo, y creo que deber
Lo que subyace en el fondo y del que los nacionalistas no pueden liberarse es un problema cultural que les supera. Basan su nacionalismo en la lengua, cuando