MISTERIO GALÉNICO. Por Rafael Borrás Aviñó

En cuanto hubo aliviado el urgente requerimiento de la próstata, don Atilano Rocamora se aprestó a comenzar la jornada del lunes. Puntual, como cada mañana: a las nueve y quince minutos. Escogió una llave enganchada en la leontina que colgaba de unos tirantes combados por la barriga obispal. Con ella le dio cuatro vueltas al cerrojo de la puerta. Cuando encendió la luz, el desconcierto le puso los ojos como huevos de paloma. —Pero…, pero… ¿Qué es esto…? ¡Por todos los demonios del infierno! En la pared, su bisabuelo, el primer Atilano Rocamora, le miraba serenamente desde un óleo en… Leer más