Me despertó el camión de la basura. Los lunes por la mañana llegan a una hora indecente y tengo que aguantarme porque vienen a hacer su trabajo o simplemente -esto puede ser más veraz- porque no me puedo quejar. El hecho es que, ya que estaba despierto y con pocas
ganas de meterme a la ducha, decidí ver las noticias en mi canal favorito. Aquí empieza el serio problema que voy a tratar de describir y que, espero, entiendan.
Mi televisor es un aparato moderno (no los voy a cansar con descripciones) le di al “power” del control remoto y se encendió, pero en lugar de aparecer en la pantalla el nueve, que es el canal que siempre veo y que está programado para aparecer primero, apareció con la misma programación, el canal 8 -que, por cierto, no hay ningún canal 8 o no lo había hasta ese momento-. Cogí el control remoto y busqué el número nueve pero !!no lo encontré!!!
observé cuidadosamente el dispositivo y no lo podía creer, me puse a contar los botones, a rascar un poco a ver si había pasado algo y el nueve estaba oculto de alguna forma.
Cambiaba los canales y siempre, después del 8, aparecía el 10. Miré el reloj de la pared y comprobé con horror que también faltaba el nueve. Fui al baño y traté de tranquilizarme, me dije no, de ninguna manera, esto es un sueño y tengo que despertar. Claro, cuando dices eso en sueños puede que de resultado y despiertes, pero en este caso todo lo que sucedió fue que la realidad de mi entorno me informaba que estaba absolutamente despierto. Corrí a llamar a mi madre a su móvil, tenía que empezar marcando… bueno, desesperado cogí mi agenda y en todas partes donde debía ir un nueve había un ocho, irremediablemente. Llamé marcando el ocho y contestó mi madre. Hablamos un rato, le expliqué lo que me pasaba y me pidió
que me tranquilizara. Pero acto seguido dijo algo que me puso los pelos de punta. No sabía de qué hablaba. ¿Un número que se llama «nueve»? Corté por desesperación, pues sabía que iba a ser peor si seguía hablando con ella.
Una calculadora. Un calendario. Libros de matemáticas, páginas numeradas, en fin, todo y nada, no había rastros del nueve por ninguna parte. Cuando hacía operaciones con la calculadora me daba cifras «correctas» con múltiplos de todos los números, menos del nueve.
Se me ocurrió una cosa. Salí a la calle y le pedí a un chico que pasaba me hiciera el favor de contarse los dedos de la mano… no exagero, el chico salió corriendo. Un hombre que estaba cerca me miró extrañado y preguntó, oiga, señor ¿le pasa algo? tiene mala cara. Mire, no tengo tiempo para explicaciones, pero necesito que me haga un favor, cuente los dedos de su mano, de ambas manos, uno por uno. Y pasó algo horroroso, empezó por tocarse la punta del meñique con el índice de la otra mano, y contar: cero, uno, y así hasta el diez. El 9 había desaparecido para siempre.
Entré a la cafetería de mi amiga Manuela y me senté derrotado, ella estaba detrás de la barra, le pedí un cortado y que me dijera dónde estaba el nueve. Ella sonrío como si no hubiera dicho nada fuera de lo común, se dio vuelta para preparar mi pedido y cuando me puso el café, me dijo: en tu mente.
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Javier Revolo
Sydney, Australia