Sobre la tierra se prende un jinete que corre.
La luna desata sus manos y enseña navajas
al estruendo de un duro galope.
El berrido de sombras se desplaza para no desbocarse,
y las amarras sujetan al corcel que se enfila en recta
hacia la perene hondonada.
Un relincho asecha a la noche.
Sobre la montura, un crespón se levanta en bandera,
y el polvo olfatea el abismo
que al caballo le jala y alcanza.
En el aire, las herraduras se crispan
y caen como galopes en llamas,
cuando, desde la noche, la luna desata sus manos
y, mostrando navajas, al jinete le abrazan… redoblando su marcha.
Salvador Pliego
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