Soledad intelectual. Por mujerabasedebien

Atardecía. Los últimos rayos de sol terminaban de licuar una ciudad derretida de calor, aunque el aire acondicionado del hotel nos mantenía a salvo. Yo nunca había entendido bien por qué mi camino se había cruzado con el del científico, no sabía cuál era mi misión ni si tal cosa existía. Pero su gran talento me hacía pensar que nuestras vidas se habían encontrado para algo más que aquellos paréntesis, en los que repasábamos las deliciosas diferencias entre un hombre y una mujer.

Tras encontrarlas todas, mi espalda se apoyaba en su pecho, y él extendía su soledad intelectual frente a mí como una toalla sobre la hierba. Me hablaba de los años de trabajo en completa soledad, del ostracismo al que su sabiduría lo condenaba, de la terrible losa de silencio que lo aplastaba.

Comprendí entonces que mi misión era aliviar su carga.
Y cuando regresé a mi mundo de unos y ceros, puse la máquina en marcha.

 

mujerabasedebien
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Ilustracion en contexto original: elblogdelmaestroraúl

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