La primera vez que los vi en el barrio tuve la sensación de que ya los conocía. Tenían sus rostros un aire familiar, desgastado por el tiempo. Me llamó la atención su forma de mirarse, descubriéndose a cada parpadeo, y la manera de enredar sus manos, como un racimo de uvas pasas, arrugadas pero dulces.
Desde entonces me dedico a espiarlos. Deben de sobrepasar los ochenta, pero aún se mueven con cierta agilidad. A ella le cuesta subir los escalones y él suele ayudarle mientras que, con disimulo, le da un pellizquito en el trasero y se ríe travieso, como si los años no hubieran sido capaces de destruir sus ganas de vivir, de estar juntos.
Conforme descubro más cosas sobre ellos, más familiares se me hacen. Un día los sorprendí dándose un beso en el rellano; yo salía de mi piso, bajé la vista y pasé sin saludarlos, muerta de vergüenza; escuché unas risas nerviosas, de chiquillos pillados en falta.
Lo más extraño del asunto es que nadie más en el edificio parece haberlos visto. Sólo yo los escucho cuando suben por las escaleras dedicándose palabras de amor. Se lo he comentado a mi marido; no ha parecido extrañarse, dice que tengo la cabeza llena de historias, que debería hacerme escritora. Sólo son un par de ancianos, no te obsesiones, dijo antes de darme un beso y marcharse a trabajar. Mientras lo veía alejarse, pensaba, ¿llegaremos nosotros a ser como ellos, nuestro amor permanecerá intacto hasta el final?
Hoy he decidido pasar a la acción. Voy a subir a su piso para invitarlos a tomar café, así calmaré mi curiosidad. Llego un poco ahogada y me encuentro la puerta abierta. Pulso el timbre, nerviosa e impaciente. Nadie responde a mis llamadas. Entro. Recorro la casa. Me sorprenden los muebles de diseño futurista, me recuerdan a un reportaje que echaron hace poco por televisión, trataba sobre el aspecto de las casas en las próximas décadas. Sobre una mesa, abandonado, descubro un sobre de color crema. Dudo. Por fin lo abro. Es una carta, una carta de amor. Me falta el aire. No es por el nombre que leo arriba, mi nombre. Ni por la firma inconfundible del que la ha escrito, la de mi marido. Lo que me ha dejado trastornada, fuera de mí, es la fecha, esa fecha; 14 de febrero de 2039.
Lis
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