A voz en grito. Por El Diletante

La caída fue brutal. Trastabillé en nieve podrida y, sin saber cómo, me desplomé hasta una pequeña repisa cuarenta metros más abajo. El fuertísimo golpe me aturdió, aunque pronto pude tomar conciencia de la situación: la pierna y la muñeca izquierdas estaban rotas. Pretendí levantarme; un dolor agudísimo me lo impidió. Grité algo a mi compañero de escalada. Probé a girar con suavidad el cuerpo y tampoco pude. A la altura y en la situación en que me encontraba, el rescate sería muy difícil, la opción lógica consistía en bajar. ¿Pero el rescate por quiénes? Subimos al estilo alpino y existían pocos montañeros en el mundo capaces de repetir la pequeña hazaña, deberían fijar cuerda para bajarme. Llegó mi compañero y me abrazó con delicadeza y ternura, casi como una madre; él, un hombre fuerte y duro como un peñasco.
—Lo siento, la pierna y la muñeca están rotas —le dije, como no dando importancia a la cosa.
—Bueno, podía haber sido peor. Déjame ver las heridas para curarlas o al menos limpiarlas con suero y Betadine. Un antibiótico no te vendrá nada mal y así evitaremos que se infecten.
Busqué en el botiquín y encontré una caja de antibióticos.
—Hemos de bajar y para ello es preciso que te levantes —continuó.
Ambos sabíamos que estábamos por encima de los seis mil metros y que a esa altura ningún helicóptero osaría socorrernos. Debíamos descender.
Al ponerme en pie me desmayé.
Cuando abrí los ojos, la luz hirió con violencia mi retina. Estaba en una pequeña repisa, orientada al sur, cubierta de nieve inmaculada. El día era bueno, y un sol esplendido bruñía el mundo.
—Baja tú y organiza el rescate, no hay más alternativas. Sé que tardarás siete, diez días en volver. Te aseguro que seré buen chico y no me moveré de aquí. Permaneceré tranquilo esperándote.
—Sí, no hay otra opción. No trajimos el vivac. Te dejaré mi saco de dormir, comida y una carga de gas. Volveré lo antes posible, el pronóstico meteorológico es bueno, sé que eres fuerte y aguantarás.
—Antes de irte te ruego construyas una especie de semiiglú que me proteja del frío, y desde el que me sea fácil obtener agua calentando nieve.
En poco más de media hora excavó un confortable semiataúd, donde quedé instalado. Cuando desapareció de mi vista, no pude evitar un nudo en la garganta.
Lo primero, lo esencial, es controlar el pánico, no puedo permitirme entrar en pánico porque entre otras cosas no serviría de nada. ¿Miedo a morir aquí solo, tirado como un perro? Es algo que ya debería tener asumido, y en cualquier caso nunca he conocido a nadie que muriera acompañado. Siempre se muere solo. Ante mí el inconmensurable regalo de la belleza de estas montañas imposibles cubiertas de nieve impoluta, lo que más he amado en mi vida. Será el tributo a pagar a los dioses por la enorme felicidad de haber vivido siempre buscando los límites del ser humano. Pese a todo, yo debo ser el dueño de la situación, aunque pudiera ocurrir que en algún momento deje de serlo. De los cinco sentidos mi favorito ha sido la vista, de la que dicen siempre trabaja al encontrarse ante un mundo adverso. Para mí el mundo nunca fue hostil; duro y bello sí, pero nunca encontré en él a un enemigo. ¿Cómo me organizo? ¡Qué susto van a dar a mis padres en el pueblo, con lo viejos que ya están! Ahora debo organizarme, ya habrá tiempo de apenarme por mi mala suerte y recordar a la familia y a los amigos.
Lo primero es el dolor, si no me muevo prácticamente no existe; mas, amigo mío, si no me muevo estoy perdido porque a esta altura la sangre se garrapiña, se densifica, y el resultado es un edema. De forma y manera, como dicen algunos cursis de salón, que no sería malo si muevo todo lo posible la cabeza, y el brazo y la pierna buenas. Luego está el frío, soportar inmóvil los diez, tal vez quince, grados bajo cero. Dormir, mimir, mimir, estoy oyendo a mi abuela; es tal el agotamiento de mi cuerpo que unas horitas de sueño serán una bendición.
He dormido como una marmota, loado sea el altísimo, porque aquí de lo que se trata es de dar tiempo al tiempo, y hacer tiempo, y acortar el tiempo de espera. ¿De espera?
¿Creo en el fondo de mis entrañas que pueden venir a buscarme? Verdad que no, porque si asumo lo incuestionable todo será más fácil. No, no vendrán a buscarme a tiempo, porque lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible. ¿Como diablos van a organizar un equipo de rescate? Descartado el helicóptero, nos queda la opción clásica. Para conseguir el éxito con esta posibilidad se necesitan tres factores: hombres, (un jefe absoluto del rescate, un coordinador, escaladores aclimatados a la altura, y porteadores), materiales suficientes (hombres y materiales juntos en un campamento base, digamos a unos cinco o cinco mil doscientos metros de altura) y climatología favorable. Y todo ello en una lucha titánica contra el reloj y la burocracia paquistaní. Además, para poder bajarme necesitaran al menos colocar cuerda fija en más de mil metros de pared, y disponer de poleas o algún artilugio que lo haga posible. Y no nos olvidemos del tiempo. Lleva mucho haciendo bueno; pero un mal día cambiará, entrará el marrón, que decimos los alpinistas, y estas montañas se cerrarán al hombre hasta dentro de un año. No podrá ser.
Sufro por mi compañero y los camaradas de mi club alpino que removerán cielos y tierra para el rescate; y organizarán, me juego el cuello (claro que en mi situación actual no vale gran cosa), un pandemónium del mismísimo carajo. Saturarán las centrales telefónicas de media España y parte del extranjero, colapsarán los correos electrónicos de medio mundo y parte de Celtiberia; irán, vendrán, subirán, bajarán, lo probarán todo, y todo será como un globo que después de hinchado explotará como una pequeña pompa de jabón. ¡Qué buena gente mis amigos, qué nobles, qué quijotes! ¡Qué suerte compartir con ellos estos años!
Aunque ya no por mucho tiempo, padezco congelaciones en los dedos, la fortuna ha sido benévola al conservar hábil mi mano derecha; me permite muchas cosas, entre otras poder escribir estas notas que clarifican mi pensamiento, lo descarga y lo entretiene. Dentro de cien años alguien encontrará estos papeles apretados contra mi corazón y les hará ver la luz.
Creo que la fiebre ya ha hecho acto de presencia, la herida estará infectada gracias a las defecaciones que no puedo expulsar del saco de dormir, el olor se me hace insoportable. De vez en cuando soporto alucinaciones, y sin embargo los ojos siguen llenos de una belleza grandiosa. Ahora mal pienso cuando pienso, me asaltan sueños tortuosos cuando duermo, hambre cuando como, sed cuando bebo y una gran e inconmensurable indiferencia.
La próxima vez fracasaré mejor, pero nadie podrá impedirme seguir tentando al límite, intentándolo.
La mano de nieve ya no arrancará notas, sólo mi melodía. Voy a morir aquí, embalsamado en jugos, mis jugos, cerca de las estrellas, tus estrellas.

El Diletante

http://desvaneros.blogspot.com/

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