LAS RISAS. Por Maika


Un sonido extraño comenzó a producirse en los alrededores del pueblo. Parecía el sonido de unas risas que poco a poco aumentaban en intensidad, llegando a introducirse por todos los rincones del pueblo. Los vecinos, asustados, se agruparon en la plaza para informarse de lo que estaba ocurriendo. Uno de ellos intentó poner orden ante el desconcierto general.

–¡Vamos! ¡Tranquilizaos! Voy a ver de donde proceden esas voces y después os informo. ¡Volved a vuestras casas!

Ninguno de los allí presente le hizo el más mínimo caso. Se dirigían miradas de desesperación mientras las risas se iban convirtiendo en carcajadas cada vez más penetrantes. Muchos de ellos se llevaron las manos a los oídos y cayeron de rodillas en medio de la plaza.

El único vecino que conservaba la cordura siguió en vano intentando poner orden y, ante la imposibilidad de conseguir la atención de sus vecinos, decidió buscar el origen de aquel sonido.

Tardó varios minutos en llegar a las afueras del pueblo. A cada paso que daba el sonido se iba haciendo más insoportable, los oídos comenzaban a molestarle y la cabeza daba señales de empezar a protestar en cualquier momento. Le parecía estar muy cerca de la fuente que producía el ruido y decidió ir más aprisa para terminar cuanto antes con el desconcierto que se había apoderado de todo el pueblo.

Su recorrido lo llevó ante una montaña. Tras ella parecía encontrarse lo que andaba buscando. Mas, cuando estaba a punto de bordearla, el sonido cesó y las risas se apagaron. Se detuvo unos segundos, después corrió lo más deprisa que pudo y, al girar el recodo, observó algo increíble.
Una sonrisa se dibujó en su rostro mientras admiraba la causa de todo aquel alboroto. Comenzó a reír tímidamente y, cuanto más observaba lo que tenía ante sí, más se reía, tanto que las carcajadas se apoderaron incluso de su espíritu. No podía parar de reir y, entonces, aquellas risas que había ido a buscar resurgieron de nuevo.

El canto risueño acabó por apoderarse de todos los habitantes del pueblo, que poco fueron llegando al mismo sitio y, como él, se embriagaron ante la visión con que se encontraron y unieron sus incontenibles risas al coro incesante de carcajadas que tanto los había perturbado en un principio.

Dos días después cesaron las risas y las gentes volvieron, de nuevo, al pueblo, roncos, cansados y con sueño, pero con el rostro apacible, convencidos de haber experimentado algo mágico que siempre les haría reír cuando lo recordasen.

Había un vecino, no obstante, que no había sucumbido al misterioso sonido. Sólo en el pueblo, lo aterraba la idea de tener que marchar en busca de sus vecinos y, al verles regresar, su rostro se iluminó de alegría. Se acercó a ellos y les preguntó:

–¿Qué ha pasado? He estado esperando mucho tiempo a que volváis, ya estaba por ir en vuestra busca… Pero decidme, ¿por qué habéis tardado tanto en volver? ¿Qué había allí?

Todos lo miraron en silencio y uno de ellos, con una sonrisa en el rostro, le contestó:

–Lo siento, no te lo podemos decir. La próxima vez no tengas miedo y persigue lo inexplicable, porque tal vez encuentres un motivo que no entiendas, pero que te haga feliz.

El hombre se quedó atónito y, mirando a sus vecinos, experimentó un sentimiento de soledad absoluta. Todos estaban unidos por un secreto que él desconocía. Los demás notaron su desasosiego y le dijeron:

–Todavía estas a tiempo si quieres saber lo que hemos visto. ¡Date prisa! Ve a verlo y ya nunca más tendrás miedo.

Él los observó unos instantes y, sonriendo, se fue alejando lentamente hacia su casa.

–¡Espera!… No lo entiendes… ¿Es que no vas a ir a verlo?

Se giró hacia ellos y, contemplando sus rostros detenidamente, les respondió:

–No. Ahora para mí será un misterio.

Maika

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