Mira en tu bolsillo, me dijiste, y saqué una rosa. Desde entonces supe que no podría vivir sin ti, sin tu magia. Me revelaste tus tretas de ilusionista, pero yo estaba convencida de que eras un mago de verdad y de que, algún día, me llevarías a dar un paseo por las estrellas. Nunca faltaron rosas, ni pañuelos de seda de mil colores en mis bolsillos de niña ilusa. Surgían de la nada y me ponía colorada cuando alguien descubría que habían nacido flores en el forro de mi chaqueta.
Me crecieron alas en los pies. No andaba, flotaba sobre una ciudad distinta, cuajada de luces y expectativas, una flor abierta a mis ojos, que ocultaba la suciedad y el ruido cotidianos. Si algo enturbiaba mi alegría, al más mínimo contratiempo, sólo tenía que acordarme de ti, de tu sonrisa. Entonces metía la mano en algún hueco de mi ropa y hallaba una flor que me recordaba que siempre estarías a mi lado, para comerte, con tus labios siempre ávidos de besos, mis dudas y mi incertidumbre.
Viajamos en el tiempo, tú fuiste Romeo y yo Julieta, Adán y Eva miraron envidiosos nuestro amor y quisieron salir del paraíso para sentir la llama que nos incendiaba cada noche. Que fluía de mi cuerpo al tuyo y viceversa, para nunca apagarse, manteniendo inflamada nuestra pasión. ¿Cómo podía yo reparar, en medio de ese fuego, en los pequeños detalles, en los breves indicios de tu posterior transformación? Acortar los escotes y alargar las faldas apenas era una ridícula muestra de mi amor, lo mínimo que podía ofrecerte a cambio de tus atenciones.
No recuerdo cuando se acabaron las rosas, los sonetos y las palabras dulces. No sé. Se me rompió la memoria y no consigo recomponer los pedazos. No sé donde se fue el mago que me hacía volar cada noche, tan cerca de las estrellas mientras devoraba las flores de mis pezones, aderezadas de locura y pasión.
Se lo comió el otro, el que no tiene alma, el que viste de negro y no saca conejos de la chistera, sino golpes y humillaciones. oco a poco, te fue desplazando, hasta dejarte confinado en uno de tus trucos, te hizo invisible para apropiarse de tus tretas, y de mí.
Nunca pensé que tendría que decirte esto, presento mi dimisión como ayudante de mago, ya no puedo encogerme más para que salga bien el número de “somos felices”. No puedo comerme tus ofensas, ni aderezadas con los pétalos de las rosas que me regalaste porque se han podrido en mi alma. No me quedan fuerzas para sonreír cada día, ni para disimular, tras unas gafas de sol, las flores moradas que siembras en mis ojos.
Nunca más tuya
Amanda.
Felisa Moreno Ortega
BLOG de Felisa Moreno
Gracias Maria Dolores por tus palabras.
Y gracias a Canal Literatura por hacer que mis relatos lleguen a m