El sillón de cuadros. Por Felisa Moreno Ortega

Regresamos a Murcia, lo primero que reconozco es la placita florida que cubre el parking donde dejamos el coche el año pasado. Mi mala memoria me hace mezclar tanto las caras como las ciudades y eso me lleva a saludar a desconocidos o a perderme por las calles.

En el hotel nos encontramos con mi gente, la del Desván, nos miramos buscando en los ojos de cada uno las palabras que tanto nos gustan, esas que intercambiamos en nuestro foro particular. Los entes virtuales cobramos vida, las metáforas se recubren de carne y piel para configurar cuerpos reales. Nos besamos, nos tocamos, comprobamos que existimos, aunque eso sea lo de menos.

Subimos a la habitación, hay algo que recuerdo de la vez anterior, un objeto, un mueble que permanece en mi memoria, que distingue ese hotel de otros en los que me he alojado después: el sillón de cuadros. Lo miro y miles de sensaciones aprisionan mi pecho, los nervios contenidos afloran y tejen un nudo en mi garganta, se llevan mi aparente calma, la arrastran, la destrozan.

El resto del día trato de mostrarme tranquila, me río y disfruto de la comida con los buenos amigos, esos que tomaron cuerpo para mí, y con mi marido que siempre está ahí para apretar mi mano y transmitirme buenas vibraciones. En la plaza, una fachada con balcones floridos se hace cómplice de nuestras sonrisas, de nuestros anhelos.

Por la noche todo es como lo recordaba: bello y terrible. El inicio amable, distendido, Espido se acerca flotando entre sus plumas grises y nos ofrece palabras de ánimo. La comida y el vino nos dan una falsa tregua que se rompe cuando empieza la entrega de premios, el corazón se acelera, se dispara. Las emociones contenidas durante tantos días se abren paso como un ejército de soldados hambrientos que, con su paso feroz, secan la boca.

Después, cuando todo ha pasado, cuando el corazón vuelve a su sitio, cuando el hielo de la decepción se derrite, vuelvo a disfrutar y me siento feliz de compartir la alegría con mi amiga Dorotea, a fin de cuentas ganó el Desván de la Memoria, ganamos todos.

Por cierto, no sé si podré enfrentarme de nuevo a ese sillón de cuadros, aunque dicen que a la tercera va la vencida.

Felisa Moreno Ortega
(www.tallerliterario.net)

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3 comentarios

  1. juan ballester

    Saludos, Delgadina.

    Claro que podr

  2. Gracias Bob Dylan,

    No puedo quejarme de premios, creo que tengo m

  3. el reflejo que tu buscas no lo encontraras en el trofeo, sea como sea, el reflejo que tu buscas ya lo encontraste en los ojos de aquellos que pudimos leerte, suete y animo, lo demas creo que lo tienes muy cerca

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