La semana pasada estuve de boda; se casaba una amiga de mi madre. Yo todavía no sabía muy bien lo que significaba casarse, aunque debía ser algo importante, porque todos andaban comprándose ropa nueva y probándose peinados en la “pelu”.
Cuando llegamos a la iglesia me colocaron delante de los novios y me dieron una cestita con flores. Todo el mundo me miraba con cara simpática y decían que yo lucía muy linda. La felpa me apretaba un poco, pero me aguanté, porque mi madre se pasó un buen rato intentando ajustármela para que no se me metiera el pelo en los ojos. Cuando empezó a sonar la música, alguien me hizo un gesto para que caminara sobre la alfombra y los novios me siguieron. Luego, mamá me sentó en el primer banco de la iglesia, que yo creo que no está hecho para niños porque se me quedaban los pies colgando. Los novios estaban muy guapos. La amiga de mi madre llevaba un vestido blanco de princesa. A todo lo que le preguntaba el cura decía que sí y se escuchaba muy fuerte por los altavoces. Hacía mucho calor en la iglesia y la gente sacaba los abanicos. Yo también quería uno para hacerme aire, así es que escurrí el culillo para bajarme de la banca y pedirle a mamá el suyo. No calculé bien y fui a dar con la barbilla en la tabla de delante. Me hice mucho daño y por eso lloré. Mamá me sacó fuera y me curó la herida con salivilla. Y allí estuvimos hasta que salieron los novios. La gente empezó a tirar arroz en la puerta y luego pedían a los novios que se besaran. Yo derramé en el suelo todos los pétalos que tenía en la cesta porque quería llenarla de piedras; había muchas en el jardín. Un niño vestido de azul se acercó para darme un caracol que había encontrado en el macetero de la entrada y, como dice mamá que hay que dar las gracias, pues también le di un beso como el de los novios, recogí un puñadito de arroz del suelo y se lo derramé en la cabeza. Luego nos dimos la mano y la gente se reía de vernos. De pronto, se escuchó una voz muy fuerte: ¡Viva los novios!
En el banquete nos sentaron juntos. Los mayores se lo pasaron muy bien y nosotros jugamos a correr entre las mesas. También nos intercambiamos comida del plato y nos dieron chocolatinas. Como casarse dura mucho, cuando empezó el baile yo ya estaba rendida, así es que papá fue a por el cochecito y allí me recosté.
Cuando abrí los ojos, por la mañana, estaba en mi cuna, con mi oso de peluche y mis estrellitas de colores en el techo. Seguro que mi “novio” también se quedó dormido y su mamá se lo llevó en el cochecito. Lo pasamos bomba, pero esto de casarse cansa mucho y al día siguiente te duelen los pies de los zapatos nuevos. Yo mejor me quedo soltera, como dice mi tía Elena.
texto y foto: Mercedes Martín Alfaya
(www.tallerliterario.net)
Gracias, guapa.
Te mando un beso muy fuerte.
Merce.