Recién abandonas ese mundo, vuelves a la quietud de tu cama por unos instantes, y abres los ojos. El mundo real. «Voy a tomar algo ligero que llego tarde.»
O mejor aun: «seguro que le encantará un café con leche en la cama.»
«No me apetece tomar nada, pasé una noche horrible.»
Prefiero poner pan a tostar, calentar un poco de leche y llevarlo al sofá bañado de sol matutino. Allí lanzar unos cuantos cereales al pozo de mi vaso, y poco a poco ir poniéndolos a salvo tras mis labios. Pero para algo muy curioso: algunos están crujientes al llegar a mi boca, y otros se deshacen. Los primeros son tipos duros que no se dejan impregnar por la vida, y los segundos no pueden contra ella. Todos por igual van a dar con mis dientes. Y me bebo la vida poco a poco; otra gente prefiere tragarla de golpe, sin saborearla, aun sabiendo que pueden atragantarse en el intento.
Aparecen pues, al fondo de mi vaso, unos cuantos cereales, esos que no fueron capaces de resistir el dulce sabor de la vida y quisieron beberla toda; pobres ilusos, se ahogaron por tanta sed que tenían de la vida de los demás.
Unto la tostada con dulce mermelada y un poco de mantequilla, el amor y la libertad unidas -la vida sin ellas sería una masa de harina aglutinada en mi boca incapaz de avanzar.
Un poco de zumo de naranja acompaña a cereales y tostada por mi garganta mientras disfruto el silencio.
No es lo mismo una vida completa que un café ardiendo a toda prisa en la lengua o un par de galletas camino del trabajo.
Paula Muñoz