Ayer, estrené orinal y, además, me hice sangre en la boca.
Resulta que he aprendido sola a bajarme el pantalón del chándal, quitarme el pañal tirando de los ajustes, buscar el orinal de plástico y sentarme. Y, ayer, quería darle una sorpresa a la abuela, pero como soy pequeña y todavía no controlo eso de andar con los pantalones en los tobillos, pues se me enredaron los pies y me caí. La abuela se asustó mucho al ver que salía sangre del labio; pero no fue nada, me lo pillé con el diente. Al rato, cuando se me pasó el berrinche, volví a intentarlo. Me senté en el orinal, me levanté y miré. Volví a sentarme, me levanté y… nada. Entonces me quedé un rato más, con los pantalones sobre los zapatos y mi cuento de pingüinos. De pronto, me levanto, agarro el orinal y me lo acerco a la cara: ¡Mira!, había dos gotitas en el fondo. Arrastro los pantalones (esta vez con pasitos cortos para no caerme) y me voy a la cocina para enseñárselo a la abuela. El caso es que, cuando ella miró, las gotitas habían desaparecido (seguro que se me cayeron por el camino). La abuela me llevó otra vez al salón y me dijo que siguiera intentándolo. Luego, conectó el video de Pocoyo para que estuviera entretenida mientras ella hacía el cafelito.
Cuando pasó un rato, como ya me dolía el culillo, me subí el pantalón y estuve jugando con las fichas de hacer torres. Hasta que, de pronto, noto que algo me baja por las piernas. Miro el orinal y está vacío.
Vaya, esto de hacer pis donde se debe no lo controlo todavía; pero bueno, seguiré probando.
Texto y foto: Mercedes Martín Alfaya
Blog de la autora.
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