Las horas pasan y Roberto no puede quedarse dormido. Entre la rabia que esto le provoca y el obligarse a dormir, pierde más tiempo y el reloj no deja de avanzar. Su nerviosismo aumenta cuando se acuerda de la gran cantidad de tareas que dejó acumular para el día siguiente, día en el que ya estaba, puesto que pasaban de las tres de la mañana.
No quería tomarse su pastillita mágica, que lo tumbaría de una vez. Si lo hacía, no podría levantarse hasta casi el medio día y no le convenía. Prefería empezar el día fresco y temprano.
Pero era invevitable dejar de pensar en aquel rostro, mientras más deseaba dormir, más lo atormentaba el recuerdo. Era sólo una cara, nada más que una cara, sin embargo, creía nunca haber visto unos ojos más claros y una sonrisa más hermosa.
Estando en el café de cada día, sentado en una de las mesitas de la vereda, como siempre, se le cruza la mirada con esta mujer. E l viento la convertía en ángel, el pelo se le volaba junto con la túnica. El Sol, a su espalda, producía un efecto demoníaco en sus ojos azules, ante el cual Roberto quedó prácticamente petrificado.
Pero no era más que un rostro.
Y así caminaba la mujer, sin darse cuenta del desastre que dejaba a su paso. Y si lo notaba, lo ignoraba, porque para ella era un clímax saberse y sentirse la razón de este tipo de alborotos.
Sin saber cómo, Roberto se vio compartiendo su casa con la mujer.
Al fin podría disfrutar de los placeres carnales que prometían esos ojos. Tampoco se dio cuenta cómo se vio despojado de todo, sin haber podido alguna vez siquiera tocarle un pelo, ni la mano…
Le entregó su vida, su amor y, lo que es peor, el alma. Para recibir a cambio el mayor de los desprecios y el abandono absoluto.
Es que no era más que un rostro.
Y ahora, recordando su tragedia, en la cama y solo, busca consue lo entre las sábanas, para quedar con un amargo gusto a decepción e insatisfacción.
¿Y si se toma la pastillita? No, defintivamente no, mañana sería un largo día. Prefiere recurrir a los sabidos efectos de la leche tibia con azúcar. Ahora que la mujer no estaba, era libre de tomarla por cantidades si quisiera.
De vuelta en la cama, la rabia y la pena se mezclan en su frente dejando caer gruesas lágrimas que bajan por su cuello, cuello que lloraba por sentir los labios de la mujer y nunca fue.
Se resigna a que esta noche no podrá dormir y sale a mirar las estrellas, ya no había luna, era casi el amanecer. Le parece verla, los astros dibujan su perfil en cada trozo de cielo. La cordillera le recuerda sus pechos, sus muslos, sus caderas, en las que Roberto hubiera querido posar sus dedos, aunque fuera…
Por más que piensa y piensa en cómo él, nada menos que él, pudo ser tan ingenuo y dejarse embaucar por la aparentemente fogosa mujer, no encuentra respuesta, simplemente reconoce que se cegó ante esos ojos.
¿Cómo no haberse dado cuenta antes? Algún signo, algo que le hiciera adivinar los planes de la maldita.
Se viste y sale con una flor en la mano y una botella en la otra. En la playa, lanza la botella con la flor dentro y reza un Ave María por el alma de la suicida.
El sueño de Roberto. Por Marita.
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La fotografia que aparece en este cuento de «Madre e hijo en Birmania» es real? y si lo es, donde queda situada dicha maravilla?
Gracias
Quedria saber lo mismo que Catalina. Si la foto es real o no.
Gracias
yo tambien quisiera saber si es real
y donde exactamente es!
pruebaas!! =)
saludos!