Cuando te vi, aún no habías llegado;
conocía tus huellas,
el surco del dolor en tus pisadas,
la agonía de la pérdida
instalada en los vagones de tus noches.
Cuando te oí, aún no habías hablado;
conocía tu silencio,
esa llaga abierta destilando verbos
-transeúntes del destierro-
pasajeros en tu voz semiasfaltada.
Antes de amarte, ya sabía que te amaba;
conocía tu nombre,
pronunciado como una letanía,
un mantra milagroso,
la brújula que lleva hasta tu cuerpo
donde he de tatuarte
mis huellas, mis pisadas, mi silencio
y los versos que aún no te he escrito.
Ana Mª Álvarez Barroso © 2011
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