Demasiado silencio.
Escucho, sigiloso, a las palabras
y descubro que llegan -ocultando sus huellas,
con la ropa mojada, con el miedo,
avariciosas, mínimas, legibles,
con su torpe manera de escalar a los párpados
-a romper el cristal de mi poema.
La duda necesita tu silencio.
Pero al poeta
le hace falta el crujido de unos pasos
que no quieran quedarse,
el cascabel del gato que se sube a las sílabas,
el sonido confuso que desprende el deseo
cuando se muerde, ausente, la manzana,
la honestidad de aquello que no sabe que existe.
Destellos que atraviesen la ventana
como un ciego fantasma
que se empeña en vivir.
Palabras que no van a arrepentirse.
Luis Oroz
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