Inescrutables… Por Javito

Yo estaba allí cuando lo retiraron. Por lo visto, llevaba muerto casi un día entero. Sentado en un banco. A nadie le extrañó verlo completamente inmóvil. En realidad, en eso consistía su número: en permanecer estático. Vestido de hombre de hojalata. Sin duda, aquella fue su actuación más memorable.

Pude ver los esfuerzos por meterlo dentro de una funda de plástico. De esas que te dan cuando recoges un traje del tinte. Pero diez tallas más grande. No hubo forma de estirar las piernas. Ni de quitarle las botas con plataforma. Ni el sombrero de copa alta. El rigor mortis había impuesto su criterio. Así que desistieron de cubrirlo. Y en lugar de acostado en camilla, lo colocaron sentado en una silla de plástico, tomada del kiosko del parque. Fueron necesarias cuatro personas para elevarlo a las alturas. Con la cara pintada de gris metalizado. Y una mochila raída abrazada contra su pecho. La Cofradía del Hombre de Hojalata. El señor juez, de mayordomo, supervisando la procesión.

Entonces, justo antes de iniciar la entrada en el templo, comenzó a llover. A diluviar, más bien. Pero nadie se movió de su sitio. Como si las manecillas se hubieran detenido. Hasta los enfermeros permanecieron firmes. Con la silla apoyada sobre sus hombros, de frente a todo el gentío. Alguien comenzó a aplaudir. Luego otro… y otro… y otro… y todos los demás. Mientras, el conductor puso en marcha la sirena de la ambulancia. Y con lágrimas grises bajando por sus mejillas, el Hombre de Hojalata, desde lo más alto, sentado en su trono de plástico, nos dedicó una sonrisa, agradeciendo la gentileza…

Javito

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