Viene trotando a lomos del silencio, carganda de interrogantes.
Sus ojos claros, de pantano, me enfocan brevemente, dejandome a oscuras al marcharse
subida a dos rebuznos.
Lleva un sombrerito beige que la oculta del mundo, mientras una radio sin dial
sintoniza sus pesares.
Camina presto, arrancándole zancadas al aire, haciendo volar con aburrimiento sus faldas
de hojalata.
A lo lejos alquien pronuncia su nombre, después se sacude, despacio, como
queriendo
convertirse en nadie.
Yo me quedo plantado en la acera, aguardando su llegada, con las piernas muy juntas,
de soldado muerto.
Al llegar a mi altura gira el rostro. El sombrerito beige tiembla de un amor que se avecina.
Yo cierro la boca, de golpe, igual que la puerta de un castillo que ahora parece abrirse en mi pensamiento
y que engulle a la muchacha.
Cuando vuelvo en mí sólo me queda de ella
su sombrerito beige.
En el interior de mi pecho la siento trotar, con la incertidumbre a cuestas, sentada con las piernas cruzadas
en un suspiro fenomenal.
Ángeles Morales