A Canadá no se va a hacer plata sino familia. Por Juan Fernando Gualdron

En el aeropuerto internacional de Bufallo (USA) tomé un taxi al azar, un Ford crown victoria, igual a los que usan de patrulla los temidos States Troopers. De inmediato mi tez caribe hizo lo suyo, pues el taxista, un abuelo moreno y cansino, se adelantó a las indicaciones que venía cocinando desde el avión y me reveló en español limpio: Amigo, si va a Vive La Casa son treinta y cinco dólares. Veinte minutos más tarde, cuando estuvimos en el caserón 50 de la avenida Wyoming me terminó de pormenorizar de forma catedrática los peores pasajes del acontecer colombiano, era evidente que había transportado a muchos paisanos. Todo fue tal cual me lo había descrito mi primo por teléfono la tarde en que amasé los primeros anhelos de refugiarme en Canadá, e igual como se lo había descrito a él, en su debido momento, otro peregrino más que hilaba la cadena de colombianos buscadores de paz en mejores tierras. Allá no se va a hacer plata, sino familia Fue su sentencia más acertada.
La Casa es una organización sin ánimo de lucro que vive de caridad y trabaja en apoyo, pero sin control, de los gobiernos de los Estados Unidos y Canadá. Funciona en el caparazón herido de un vetusto establecimiento cristiano que sienta sus bases en un antiguo barrio afro americano que por momentos evoca las tristezas sociales del mal recordado Cartucho. Su función vital radica en ayudar a los viajantes de todo el mundo a concertar una cita con el servicio de inmigración de Canadá, además de dar albergue y comida a quienes no tienen dinero suficiente para costearse el hotel. Su política más conocida es “Como van llegando se van atendiendo” y no hay manera de reclamarla, y de eso puede dar fe la hermana Raquel, guardiana inexorable de la ley de prioridades, ya que además no tienen ningún control sobre las citas otorgadas por el servicio Canadiense, y en cuanto al albergue, permanecen tan llenos todo el año, que simplemente el hacinamiento va tomando sus propias disposiciones. Muchos llegan del interior de los Estados Unidos con la única intención de arreglar su estatus migratorio, la mayoría viaja desde Florida y New Jersey luego de dejar atrás una vida entera de trabajo arduo, de sueños retrasados y de aplicaciones fallidas. Ellos se reconocen, no solo porque la mayoría llegan en vehículos particulares con niños hablando en perfecto ingles sino porque de seguro las ignominias a las que se vieron sometidos los hicieron convertir en personas más sencillas, más practicas, que si hay que acomodarse en un rincón, listo, se acomoda, que toca comer aquello, qué se le va a hacer, se come. Los que vienen de Colombia son distintos, se reconocen a leguas porque carecen de habilidad para desenvolverse en las novedades de la c iudad, no saben todavía como marcar con tarjetas prepagadas y les cuesta trabajo habituarse a la sistemática del bus, no se animan a aventurar por las calles no va y sea que se pierdan en los estrabismos de los nombres anglosajones, además están cortos de dinero para salir a pasear, pues al cambio sus devaluados pesos no significan nada, basta verlos pagar por una compra cualquiera para advertir su reacción mordaz cuando hacen el cambio mentalmente, -¡Cómo así, un paquete de Marlboro sale por 14.850 pesos¡- Gruñó el profesor de matemática Jorge Gamboa el día en que decidió cambiar de marca luego de 23 años de fidelidad a la Phillis Morris. Otros en cambio todavía conservan sus complejos clasistas que los hacen sentirse diferentes, sentirse superiores, ¡Yo me gradué en la Javeriana¡ se escucha decir a pleno grito y sin que venga a colación, como si a algún emigrante desprevenido le interesara. El colombiano que ha vivido en los Estadios Unidos paradójicamente como ha tenido que ganase la vida en los trabajos mas duros está blandito, ya botó todo esa pendejada de creerse de mejor familia dice el doctor Benjamín Correa, ex director de alguna clínica importante de la costa atlántica, quien los tres últimos años estuvo trabajando como empleado de la compañía de aseo de un colombiano legal, quien con su bachillerato sin terminar corrió con mejor suerte porque se casó con una puertorriqueña urgida de dinero fácil que le dio el status legal por seis mil dólares que le financió durante el proceso legal que duró dos años. Su recuerdo más molesto fue aquella vez que le gritó: A trapear doctorcito que el reinado se le acabó. Desde entonces soñó con homologar su carrera, eso si, aprendiendo primero el ingles, como todos los demás profesionales que llegan recién graduados con sus conocimientos fresquitos para quedarse para siempre. Lo ma lo es que las trabas legales en las universidades son insalvables y las tarifas impagables, además nunca hay tiempo para estudiar el idioma, pues es bien sabido que los horarios de trabajo no dan tiempo para nada. La mayoría lo intenta, pues es gratis, pero luego de dos o tres semanas desisten por la sencilla razón que no se ha podido aprender nada. Están muy cansados para pensar._ Lo peor de todo es que no se aprende el Ingles y si se comienza a olvidar el español _ Insiste _El riesgo es volverse mudo_
Entre los muy contados desplazados reales aparecen dos hermanos caleños cazadores de ciudadanía canadiense que vienen con orden de deportación desde Miami _La cosa es sencilla_ Dicen con mucha ingenuidad y a lgo de desfachatez _Hay que alegar que uno está perseguido por los paracos, poner a revolar a la gente en Colombia por pruebas y listo, papeles en dos años, y lo mejor de todo es que por cada hijo que uno tenga le dan como que 1000 dólares y lo mantienen hasta que uno quiera, ah y eso no es nada, cuando le den la ciudadanía, sencillo: se devuelve uno pa´ca_ En un segundo todos esbozan en su rostro la felicidad perdida desde siempre ante la inminencia de la tierra prometida. Sin embargo la realidad es diferente, si bien es cierto que Canadá es un país por poblar con un éxito de elegibilidad para los colombianos que raya el 40%, hay que tener en cuenta que su conocimiento sobre la situación de nuestro país supera por mucho a la de la mayoría de nosotros, que desde siempre desviamos nuestra atención a distractores efímeros como si en Macondo no pasara nada.
Solamente es un refugiado una persona que tiene miedo de persecución debido a su religión, nacionalidad, opinión política o a su asociación con un grupo social, no tiene que ver con dinero, por más dramático que sea el suceso. No es elegible quien ya haya adelantado un caso de refugiado con sentencia fallida en Canadá, quien tiene un status de refugiado o de asilado político en otro país seguro o quien tenga un record criminal. La cita dura cerca de veinte días, los cuales se pueden aguardar en el albergue, si se corre con suerte de encontrar cama disponible, o en alguno de los hoteles que aparecen en una lista con descuento para transeúntes de La Casa, los cuales han vivido durante años gracias a las marejadas de desterrados mundiales que azotan la ciudad con el dramatismo de una guerra.

Finalmente ha llegado el día, para entonces la mayoría ya ha conjurado su primera maravilla de la naturaleza: Las Cataratas del Niagara, otros, con menos modestia y algo de ignorancia la cuentan como su segunda después de haber visitado con anterioridad el desaguado salto del Tequendama. Las maletas están listas y los documentas tan ordenados como llegaron para cruzar el servicio de inmigración de los Estados Unidos, que fue sin duda el primer gran coloso sometido. Un taxi concertado por La Casa me recoge a la hora convenida, las 7:30 am, ya se comienzan a sentir los primeras fríos de Noviembre y entones vuelven a mi las palabras inexorables de mi maestra de quinto año cuando me enseñó en su clase de geografía Americana que en Canadá las temperaturas llegan fácilmente hasta los 35 grados bajo cero _Lo mismo que en Barranquilla, pero al revés_ Fue lo dicho. Nuevamente un Crown Victoria me lleva a través del, que ironía, Peace Bridge, último eslabón por enlazar. Ya en la mitad se despide uno de tierras americanas como quien deja atrás un ser querido que nunca nos quiso amar y comienza el transito por la ciudad de Fort Erie provincia de Ontario, tierra famosa que en el antiguo idioma de los Hurones significa Lago Magnifico. El taxista poco ético pero diestro en las artes migratorias me recomienda alegar que no sé ninguna palabra en ingles en caso de que el oficial del peaje fronterizo lo requiera y que además guarde el dinero que tenga en algún lugar escondido para argüir que me quedé sin nada en la vigilia de la cita para mejorar las ventajas de mi ayuda, por supuesto eso ya lo sabía de antemano, pues los detalles de quienes pasan adelante llegan a los lugares de espera con la velocidad de una llamada. La mayoría, evocando sus viajes por carretera en Colombia, sitúan lo mejor de sus arcas al buen resguardo de los calzoncillos. Otros, más modernos y menos complicados, guardan lo mejor de si en cuentas corrientes en el exterior y tan solo se preocupan por camuflar una simple tarjeta visa.
El inmigrante tercer mundista es un soñador, un ser valiente que ha sobrevivido a regimenes políticos, a desplazamientos, a hambrunas, que ha tenido que bracear sobre obstáculos culturales, idiomas, religiones, concepciones completas del mundo para aventurarse a abismos oscuros jamás explorados donde generalmente no encuentra mas que odio. Ahora, tal parece que las especulaciones fueran ciertas, los oficiales de inmigración se distancian profundamente de los bulldogs xenofobicos que nos recibieron en Norte América. Físicamente son iguales, altos, zarcos, pero la inmensidad de su Wellcome to Canada acompañado por una sonrisa grácil nos sienta de inmediato en una realidad desconocida, en algo que fácilmente se puede confundir con la felicidad.
Luego de llenar documentos en donde se repite una y otra vez las referencias personales, además de las direcciones con fechas exactas de las residencias, trabajos y estudios de los últimos diez años, de pormenorizar los detalles del caso que nos trajo al país y de firmar una cláusula tras otra donde nos comprometemos desde comportarnos bien, suministrar constantemente los datos de nuestro domicilio, hasta irnos voluntariamente del país en caso de que el juez en una corte programada así lo decida , finalmente nos dejan salir. Una trabajadora social está pendiente de quien tiene familiares o amigos que nos reciban o quien simplemente eligió alguna ciudad por el azar del dedo índice puesto de manera irresponsable sobre el mapamundi; en ese caso se es conducido a un refugio temporal donde se permanecerá hasta que se encuentre un lugar fijo donde vivir. El gobierno, según la provincia que se escoja, tiene programas especiales de asistencia social para quien las necesite que ayudan con la renta, la comida y los servicios legales, por supuesto todo de una manera tan exacta que apenas permite sobrevivir; sin embargo la condición de asistido social brinda ciertas prerrogativas de subsidio en cuanto a los servicios de salud, drogas medicadas, bancos de comida y transporte público que dignifican la vida al punto de exaltar su sistema socialista. No obstante las instituciones encargadas de las ayudas sociales condicionan al estudio y aprendizaje del idioma ingles o francés, según donde se viva, en instituciones de alto nivel educativo, que es gratuito también, para aprobar la ayuda. Para cuando se ha aprendido el idioma la persona, en caso de que el juez haya fallado a su favor en la corte, ya cuenta con permiso de trabajo y debe dejar la asistencia social para laborar o para aplicar a préstamos estudiantiles que le permitan ingresar a instituciones de educación superior para más adelante conseguir un trabajo calificado. En ese peregrinar pueden pasar fácilmente de dos a cinco años, según las expectativas que se tengan. Si la persona es aceptada como refugiado puede calificar para la residencia, solo entonces puede aspirar al préstamo para estudios superiores.
El panorama de ciudades como Toronto o London, en la provincia de Ontario, que son las que muestran mayor poblac ión de colombianos, revela un alto índice de emigrantes con un nivel de educación superior; se estima que las personas prefieren continuar con sus estudios antes que dedicarse a trabajar, además que muchas otras de las que llegaron persiguiendo el sueño americano de amasar fortuna se han tenido que consolar simplemente con vivir al día, pues tal parece que después de todo mi primo si tenia razón: Canadá no es un país para hacer plata sino familia. No obstante, las disposiciones recientes de las políticas del gobierno de Estados Unidos establece el cierre de sus fronteras como puente migratorio, en tal caso el asilo sólo se podrá adelantar en embajadas o consulados canadienses en el exterior o directamente en suelo canadiense, lo que lo dificulta un poco, pues su visa resulta mucho más complicada de conseguir que la americana.

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3 comentarios

  1. Tenemos mucho interes mi esposo y yo llevar a nuestros hijos a radicar a canada, vivimos en indiana, desde el a

  2. SI ES UNA MEJOR OPORTUNIDAD

    SE PUEDE INTENTAR ESTA NUEVA OPORTUNIDAD, SOLO TENIENDO LA CERTESA QUE NO VAN A ESTAR SEPARADOS EN SU VINCULO FAMILIAR, YO ME ENCUENTRO BUACANDO NUEVAS OPORTINIDADES TAMBUEN PUESTO QUE TENGO UN MES DE EMBARAZO, MI FAMILIA NO LO SABE Y EL PADRE DE MI BEBE NO TIENE UN TRABAJO CON EL CUAL LE PODAMOS BRINDAR UN MEJOR BIENESTA A MI HIJO, TAL VEZ ESTE CONSULTANDO ESTA PAG. CON EL ANCIA DE CAMBIAR LA VIDA DE LOS TRES PORQUE NO NOS QUEREMOS SEPARAR.

  3. Hola a todos, Canada es un destino increible para realizarse como profesional tiene todo lo que se necesita para disfrutar de la vida, pero se tiene que tener conviccion de lo que se esta haciendo porque no es tan facil, aca les dejo un link que les puede servir para el tome la decicion, saludos…

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