Postrero, mi corazón late su último segundo,
su último instante;
es un reloj sin cuerda o manecillas,
un maniquí inerte que no sensibiliza,
un silbido frío en un témpano inactivo,
el marcapasos de un pulso detenido
que suele palpitar ya sin sonido.
Brota entonces un segundo,
un nuevo y singular segundo:
reciente y lozano, inédito y flamante;
y arde, desde su boca, el pulsar de un rugido:
¡Yo soy el mar!
¡Mi corazón late su millar de ríos!
He aquí los halos de la vida:
un mundo prende, crepita, estalla en albedrío.
El corazón, como un Genghis Khan, arremete e invade;
como un Napoleón, penetra y reclama.
¡Yo soy el mar!
El grito expande sus puntos cardinales.
Y como un sol en cuatro latitudes,
prendido y rebelde, presente y empeñado,
salgo a vivir la nueva vida.
¡Mi corazón late el mar… lo pulsa… lo libera…
y sale a su conquista!
(A todos ustedes y a sus familias,
mis mejores deseos para el 2012.)
Salvador Pliego
Blog del Autor