Los queremos despiertos, vivaces y curiosos pero lo único que conseguimos es aumentar cada vez más su hastío. Nuestros hijos no se emocionan ya ante nada.
Vamos a ver. Los libros de textos, por ejemplo, están llenos de dibujos, historietas tipo culebrones con episodios repartidos a lo largo de varias lecciones, jetas sonrientes, tristes o pensativas que deben de indicar el tipo de ejercicio que el renacuajo debe solucionar. En cuanto a los ejercicios, su letra está impresa sobre los colores de un bosque, por ejemplo, y se ve más bien poco.
Los libros de mi época eran más bien feos, con textos que llenaban casi por completo una página, preguntas al texto y un montón de ejercicios de gramática y de léxico. No recuerdo ningún dibujo ni ninguna cara de mono contento que lo único que consigue es distraer la atención.
Vamos, que el estudio era cosa seria.
Hoy día parece haberse convertido en otra cosa: ¿Cómo hacer que los retoños no se aburran?
Miro cada día a los alumnos que tengo delante. Llegan a clase cansados, ojerosos, desfallecidos, sin ganas de hacer nada. Hojean totalmente desinteresados esos libros guapos, que irradian luz, alegría y rebuscado buen rollo. Nada consigue llamarles la atención. Igual están saturados ya de tantos colores, dibujos, luces y pantallas. Igual les molaría más un texro de letra gris sobre fondo blanco. Les haría pensar, imaginar cosas, soñar con otros espacios, quizá más amplios que los que les ofrecemos nosotros, todo a base de morisquetas, payasadas y jueguitos estúpidos.
Robert LozinskiEs autor de La ruleta chechena Fotografía en contexto original: Madridiario
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