Caprichos de la vida. Por Julio Cob Tortajada

Con mis diecisiete años recién cumplidos, el pasear por las tardes en aquel parque en la ribera del río, cubierto en su longitud por las cómplices ramas de los sauces llorones, era como sentirme más mayor.

Y ciertamente lo era porque iba junto a Lolita, unos meses más joven y de quien me sentía profundamente enamorado. Mi mayor orgullo no era otro que el verme correspondido. Pese a ello y en nuestro mutuo recato, ni siquiera nos habíamos cogido de la mano; un beso, nunca la besé. Sabíamos de nuestro embelesamiento por la manera en que sus ojos se fijaban en mí, que no era otra que la misma con que yo la miraba.

A Lolita le gustaba pasear conmigo, y más por la protección de aquellos sauces a los que teníamos envidia porque siempre estaban abrazados uno a otro en celoso amorío. Al menos, así lo comentábamos en juvenil picardía.

Una tarde cambio nuestras cortas vidas, pues de forma inesperada vi en sus ojos un semblante de horror. El motivo, su madre, que apareció de repente cuando íbamos perdidos en aquel bosque de complacencia.

-¡A casa! Y qué no se entere tu padre, menudo disgusto le ibas a dar – Y cogiéndola del brazo se la llevó tras ella. Y dejé de verla.

Un par de años después conocí a quién hoy es mi esposa. Una mujer de bandera, guapa como ella sola.

Pasaron muchos años, y ya tenía un hijo mayor cuando casualmente me encontré con Lolita en uno más de los caprichos de la vida. Fui requerido por mis servicios técnicos a una casa particular, cuando al abrir la puerta aparecieron aquellos ojos cuya mirada no había olvidado. Nuestro mutuo aturdimiento retrocedió a un deleite bajo aquellos sauces de nuestra juventud.

Tuvieron que pasar otros cuantos años para que un mediodía volviéramos a cruzar nuestras miradas en la plaza central, donde no había sauces, pero si un banco bajo unos plataneros donde ya no había que escondernos, pero nuestros ojos hablaban de las mismas cosas.

Tiempo de después me enteré que el esposo de Lolita había fallecido.

Han vuelto a pasar ocho años. Me encuentro en casa, con mi esposa que se encuentra mal. Cosa de los años. También está mi hijo que ha venido a vernos.

De repente suena el teléfono. Ya tengo demasiados años y su voz no la conozco, sólo su fresca mirada. Ignoro cómo ha dado con mi teléfono, pero no me atrevo a hablar, no estoy solo en casa.

Me gustaría quedar con ella, pero no sé cómo hacerlo. Soy tan feliz. Me siento tan joven. Necesito contarlo.

Julio Cob Tortajada

Colaborador de esta Web en la sección «Mi Bloc de notas»
http://elblocdejota.blogspot.com
Valencia en Blanco y Negro- Blog

Marcar el enlace permanente.

Comentarios cerrados.