Una madeja de dudas – como su alto peinado a la moda de arriba España envuelto sobre sus orejas por el efecto de la laca, de ovalado aspecto y recia solemnidad- le hizo acudir al confesionario catedralicio, en lugar de a su colegio del Altozano, perteneciente a la Obra, al que había abandonado hacia ya unos cuantos meses. Llegados a sus dieciocho años, Marta era ya una mujer, que aunque decidida ante la vida un cierto recato anidaba su alma, por lo que su madeja de dudas, cual urdimbre endiablada, daba freno a unos impulsos avivados en su ardiente interior, en ocasiones convulsos por un arrebato de amor.
-Ave María Purísima.
-Sin pecado concebida, ¿pero dime, hija, cuál es tu pecado? -Le preguntó el confesor tras la celosía, cuyo rostro sentía a un escaso palmo, después de haberle llamado la atención y sorpresa al verla por primera vez en su presencia. Marta lucía una esbelta figura ensalzada por un floreado vestido ceñido a sus curvas, tan sugestivas como encantadoras, del que surgían sus brazos desnudos, bien torneados, cubiertos por un pañuelo sujeto a su peinado cuya azulada seda caía sobre su espalda.
-Más de uno padre, más de uno.
-Dímelos todos, hija mía, uno a uno, a ver…
-Envidio a mi mejor amiga, padre, pues lleva cada día un vestido diferente que me hace sentir inferior.
-No es culpa tuya mujer, la sociedad de consumo nos lleva a ello. ¿Y cuáles más?
-En ocasiones, cuando estoy en casa de mis amigas me llevo algunas de sus cosas.
-¡Ah, el materialismo que nos domina! Tienes que vencer esa inclinación hija mía, pero… y qué más pecados tienes?
-Como soy algo envidiosilla, en ocasiones tengo deseos perversos sobre ellas.
-Procura corregir esa debilidad. ¿Algunos más?
-Miento, miento en ocasiones a mis padres, cuando quieren saber cosas de mi vida.
-Bueno…las mentiras, a veces sólo son mentirijillas sin importancia. Pero… ¿Tienes novio, hija mía?
-Sí padre, por eso les miento, cuando les digo que voy a dormir casa de una amiga, cuando lo real, es que voy a su encuentro.
-¿Duermes con tu novio siendo tan joven? hija mía- le preguntó de forma inmediata el cura que acercándose aún más a la celosía, vio en la confesión de la joven el néctar del pecado.
-Sí padre, algunos fines de semana.
-¿Cuéntame hija, cuéntame esos detalles?- siguió preguntándole, mientras que balanceando sus glúteos sobre el banco acercaba su cuerpo con la intención de sentirla más cerca.
-Nos besamos, Padre.
-¿Y qué más? Por qué imagino que haréis algo más ¿no te atreverás a desnudar parte de tu cuerpo, verdad?- apuntaba el cura mientras se excitaba inconsciente en su recóndito aposento.
-Hum… sí padre.
-¿Te lo pide él o… te gusta mostrárselo?
-Me gusta a mí, padre. Aunque él también me lo pide.
-¿Te desnudas lentamente?- le preguntó rendido a una lujuria que se le ofrecía por un tobogán irreprimible.
-Sí padre.
-Por lo que me dices, pienso que eres más decidida que él. ¿Te gusta tocarle?
-Sí padre.
-¿Y qué parte de su cuerpo recibe el deseo de tus manos?
-Todas, todas sus partes.
-¿Consumáis el acto sexual?- el padre bajó la cabeza sustentándola en la palma de su mano, secándola al mismo tiempo de un sudor tibio ligeramente pegajoso.
-Sí padre.
-¿Cuántas veces?
-Él es muy viril, y en algunas ocasiones hasta lo hacemos varias veces.
-Hija mía, no recuerdo haberte visto nunca ante mí, pero espero que a partir de ahora vengas con mayor frecuencia a confesar tus pecados. Pero… ¡Tienes que hacer acto de enmienda, hija mía! ¡Acerca más tu rostro al enrejado, quiero ver tus ojos arrepentidos!
-Es que él me gusta tanto, padre.
-La carne es débil, hija mía, y para limpiar tus pecados, debes confesarte con más frecuencia. ¿Te arrepientes de ellos?
-Padre…
-Bueno, lo entiendo ¿Cuándo os visteis por última vez?
-Hace dos días.
El confesor, absorto en su desenfreno iba a inquirirles nuevos detalles, pero se contuvo. En su corazón, más que latidos, lo que sentía eran los golpes de la tamborrada de Calanda, lo que le obligó a tomárselo con cierta calma en busca de sosiego.
-A ver… bueno… ¿Tú le quieres?
-Ahí tengo mis dudas, por eso vengo a confesarme; aunque me gusta mucho, creo que no le quiero del todo…mas no estoy segura de ello; por eso acudo a Vd.
-¿Volverás a él?
-Sí padre.
-Piensa hija mía, piensa en lo que haces. Y ven con mayor frecuencia a consultarme tus dudas en busca del perdón de tus pecados ¡La carne es tan débil! Y reza, reza ahora mismo un Padrenuestro muy próximo a mis oídos que quiero percibir más de cerca tu aliento y deseos de perdón.
-Ego te absolvo pecatus…
(“Como en la mili, el valor se le supone” es un relato que ha participado en el 41º Proyecto Anthology. Tema: Castidad)
Julio Cob Tortajada
http://elblocdejota.blogspot.com
Valencia en Blanco y Negro- Blog