Sucedió de repente, como suelen ocurrir estas cosas en el momento menos pensado. Cuando en mi confianza, colgado en el vacío y lleno de estupor, mi mente quedó absorta y mis nervios punzantes salían al exterior. Y todo ello, a pesar del convencimiento de mis propios recursos en los que me había confiado sintiéndome seguro. Corresponde a uno de esos instantes de la vida en los que la importancia de la decima de un segundo, pese a la indiferencia que le mostramos siempre, es en ocasiones el punto de caída hacia un profundo pozo, camino a una situación desesperada en la que buscas un saliente al que agarrarte, como pudiera ser la del arbusto nacido en la roca que una vez preso a tus manos te da socorro. Y es cuando puedes alzar la mirada al cielo, peñascos arriba, hasta dar con la ruta de tu salvación.
Pero nada de esto me sucedió y no supe evitarlo. En mí desplome, cada vez eran más escasas mis tablas de salvación, y una velocidad de vértigo desmanteló aún más mi ánimo, por lo que temí lo peor: mi desahucio absoluto, tal era lo que representaba mi vida entera, al menos en los últimos años.
En la caída, una amalgama de flases indescifrables enrojeció mis ojos, y en mi garganta, cada vez más tensa y seca, sentí el sofoco de la angustia cuyos reflejos golpeaban con fuerza mi pecho, mientras se encogía mi cuerpo y mis piernas se movían trepidantes: no sé si temblorosas por el espanto, o presas de los nervios.
Estallando de ansiedad y hacia la sima de aquel pozo, todo me era desconocido y mi esperanza de auxilio se agotaba, tal era la negrura que me acosaba.
En mi derrumbe, sólo pensaba en los días venideros, y ya no los veía como días claros. Más bien como de noches oscuras, sin estrellas, sin caminos por donde soñar buscando anhelos: con mi aliento humedecido por las nauseas de la opresión.
Cuando me estrellé en lo más hondo del pozo, rendido a mi abandono, no fue lo que me recibió un lecho de hediondo cieno que aumentara mi angustia, ni un tálamo de hojarasca lóbrega y mullida que al dulcificar la caída evitara mi muerte al menos. Nada de eso. Era aquello la guarida en la que se alojaba una araña troyana de brazos pringosos, oculta bajo una panoplia de cuatro campos: rojo, verde, amarillo y azul con su anuncio de engaños: AV-360, que por lo averiguado en estos días, está causando estragos en el espacio virtual que trata de alumbrarnos, pero cuyo haz es el de los engaños.
(“Con premeditación y alevosía” es un relato que ha participado en el 42º Proyecto Anthology. Tema: ANGUSTIA)
Julio Cob Tortajada
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Valencia en Blanco y Negro- Blog