Le gustaba su vida, no pensó nunca en el mañana, vivía hasta ese momento cada día con esperanza e ilusiones que emergían de su alma, alma que a cada instante volaba sobre los cielos azules de su mirada.
Con el devenir de sus días llego sin avisar un tiempo de letargo empañando su felicidad.
Felicidad ahora pasajera, se detenía un instante en su puerta para que le invitase a pasar, pero un día el resentido con ella, no la dejo entrar.
Y la felicidad continuo su camino, sin llamarle jamás.
No recibió carta alguna explicando ese tremendo final, que se llevo el tesoro de su vida, condenándolo sin avisar.
Sus ilusiones se difuminaban con el paso de los días, su tiempo se extinguía, pasaban los días y aquellos amaneceres llenos de ilusión y color, dieron paso a noches oscuras, sin estrellas ni luna que le pudiesen guiar.
María José Muñoz García