Cuentan que aquel año el desapacible otoño dio paso a un adelantado y gélido invierno. Durante semanas los algodonosos copos cubrieron las calles y adornaron los sucios tejados con blancas lanas. El frío entraba furtivo en los hogares por huecos y rendijas, menos en casa de María. Allí, reinaba el invierno desde que cinco años atrás, una infausta tarde de diciembre, recibiera la trágica noticia de la muerte de su única hija en un accidente de tráfico. Se le heló el corazón y el pelo se volvió del color de la nieve. Ni los esfuerzos de su marido para que volviera a la vida, ni las risas de su nieto, ajeno a lo que ella sufría, sirvieron de nada. Desde entonces vagaba como una zombi en un desangelado mundo, huera de sentimientos que compartir.
La Navidad, como cada año, se acercaba codiciosa de anidar en los corazones y a María le aterraba pensar en la parafernalia que acompañaba a estas fechas. Se esforzaba con sonrisas artificiales, gestos estudiados y palabras automáticas que le ayudaban a exhibir una alegría que no sentía.
—Abuela, ¿este año comeremos pavo?
—Claro, Miguelito, como todos los años.
—Abuela, ¿a ti te gusta la Navidad?
Un silencio.
—En casa de los abuelos de Alejandro —continuó diciendo el niño— ponen un árbol muy grande y debajo Papá Noel deja los regalos. Aquí nunca hay un árbol, ni regalos.
A María se le encogió el estómago y no supo qué responder.
—Miguelito, no seas pesado y deja a la abuela.
—Abuelo, ¿pondremos este año un árbol muy grande como el de mi amigo Alejandro?
—Puede que sí —dijo llevándose al niño de la cocina.
Las lágrimas corrían como riachuelos por sus mejillas, sin que pudiera detenerlas en su camino de tristeza. Se culpaba de no tener la entereza y resignación que todos esperaban y se martirizaba con la opresiva rememoración de la desgracia que le había acaecido. Atrás quedaban la negación, la ira, la depresión, las preguntas sin respuesta; pero no conseguía aceptar aquella terrible pérdida.
En su nieto la veía a ella. Sus mismos grandes ojos de largas pestañas, el remolino de la coronilla imposible de peinar, el hoyuelo de la barbilla…Un suplicio que debía ocultar.
—¡Abuela, que dice el abuelo que vengas al salón! —gritó el niño.
María secó sus manos y lágrimas en el paño que llevaba a la cintura y se dirigió con disimulada serenidad al encuentro de su marido.
—Mira, cariño, dijo acercándose a su esposa. Tenemos visita. Esta chica quiere hablar con nosotros.
Una joven bien parecida y de agradable presencia esperaba de pie a su llegada. Nada más verla sintió una punzada en sus entrañas que no acertó a interpretar. Le resultaba tan familiar…
—Perdonen el atrevimiento de presentarme en su casa. Llevo tiempo queriendo hacerles una visita. Estas fechas son muy familiares y supongo que echaran en falta a su hija…
—Mi mujer aún no se ha repuesto. Por favor, preferiría que no sacara ese tema a relucir —le interrumpió.
—Perdónenme. No sé cómo decirlo —hizo una pausa—. Quería darles las gracias porque los pulmones y el corazón de su hija que ustedes donaron me salvaron la vida. Llevaba muchos años enferma y mi resistencia estaba al límite. Los médicos no encontraban donantes compatibles. Hasta que su hija…
Al escuchar aquello, María notó un pequeño crujido en el pecho. Parecía como si un viento cálido entrara por la rendija de la puerta envolviéndola. Algo se deshelaba en su interior. Le pareció distinguir un traslúcido halo blanco dibujarse alrededor de la joven que mostraba una amplia sonrisa. Se sentó, en silencio, a su lado. Su respiración se acompasó a la de su visitante y al poco se dirigió a ella, cogiéndole la mano:
—Ahora conozco el porqué. No fue una muerte gratuita. Gracias por venir.
Miguelito abrió muchos los ojos y la boca. No entendía lo que decía aquella simpática desconocida; aunque intuía que era algo bueno porque nunca había visto a su abuela con esa cara de contenta.
Se acercó y le tiró de la manga.
—Dime, cariño.
—Alejandro dice que su árbol de Navidad llega hasta el techo.
—Este año pondremos un árbol que llegará a las nubes —respondió ella riendo.
—¡Viva! Eres la mejor abuela del mundo —dijo abrazándola—. Pero, si es tan alto, ¿cómo podremos colocar la estrella en la punta?
—No te apures, mi niño. Tu mamá la colocará desde el cielo.
María José Moreno
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Muchas gracias por publicarme mi primer cuento. Saludos
Muy tierno y esperanzador. Expresa muy bien lo dif
Hola Mar
Gracias Eloisa y Betty por vuestras agardables palabras hacia mi cuento y hacia mi persona.
Un beso