Confieso que se me da bien contar chistes. Pero, desde luego, nada comparable a los que nos cuenta la triste realidad cotidiana. Hace unos días, la pantalla de mi televisión se llenó con la cara de Carmen de Mairena anunciando que se presentaba como candidata a la política autonómica de Cataluña. Argumentaba que lo hacía por las putas y por las carreteras. Y no, no se refería a las putas de carretera, sino al puto peaje de las mismas. Ah, y para que los señores diputados pudieran acudir desnudos a las sesiones, al menos una vez al año. Lo siento, pero me vino la risa floja y el recuerdo de aquel viejo chiste que pedía votos para el partido de las putas puesto que sus hijos no nos solucionaban nada. O aquel otro de votar a los homosexuales porque ganara quien ganara terminarían por darnos…, al menos que lo hicieran los expertos. Ojo, que yo no soy la autora de los chistecitos, pero es que esto está para hacer un chiste tras otro. Eso por no hablar del comentario del líder de su partido, Santamaría, ¡Santa María!, que ha manifestado que Carmen de Mairena aportaba “glamour” ¡Dios, mío! Glamour… quiero pensar que se equivocó y por decir apartaba dijo aportaba. Eso o que debió de caerse por las escaleras y golpearse la poca sesera que tenga.
Y, claro, viendo eso el pensamiento me vuela, de nuevo, a las palabras de Albert Boadella de hace unos días, en dónde se preguntaba si todos los votos tenían el mismo valor. Si valía lo mismo el voto de alguien implicado en la polis, en el mundo actual, en sus gentes, en sus posibles formas de mejorarles la vida…, que el voto de alguien absurdo, estrafalario y hasta imbécil. Pero, claro, esto sólo puede decirlo alguien a quien le importa un comino lo políticamente correcto. Por mucho que sea un pensamiento bastante más normal de lo que imaginamos, nadie osa ponerle palabras y mucho menos decirlo en voz alta. Pero es que la democracia debería servir para avanzar, siempre, jamás para retroceder, y con partidos como el CORI de la Carmencita vamos apañados.
Sí, ya sé que no es nada nuevo, que ahí tenemos innumerables carmenes repartidas a lo largo y ancho de este mundo. Y también sé que muchos políticos líderes mundiales no les llegan a las suelas de los zapatos a muchas cicciolinas. No hace falta irse muy lejos para tener un ejemplo: ahí está el tontoelhaba de Luigi Bobbio, alcalde de una ciudad costera de Nápoles, que ha prohibido el uso de pantalones vaqueros a la cadera y de la minifalda que falte al decoro. Anda ya… que van a ir los municipales midiendo la tela…
Miedo me da ir acercándonos a fechas electorales… Tengo la sensación de que es como abrir la veda a toda clase de circos. Sí, ya sé que mirando el panorama es como para dudar entre cortarse las venas o dejárselas crecer. Pero me puede el sentimiento romántico de la cosa. El pensar las vidas que suele costar la libertad del ser humano. Y, sobre todo, me puede recordar aquella hermosa frase que dice más o menos eso de “no estoy de acuerdo con usted, pero daría mi vida porque usted siguiera opinando así”.
O sea, que llegados a este punto, tras el inicial ataque de risa; la conmoción cerebral recibida gracias al golpe de tontuna televisiva suprema; la correspondiente rabia e impotencia ante el rumbo de muchos tontos activos… la cordura vuelve de nuevo a mi ser y me digo que no sólo es bueno que pasen todas estas cosas, sino que, quizá, no importe tanto que ocurran. A fin de cuentas… prometer, prometer… es fácil. Mi abuela recordaba aquello del refranero de “Prometer hasta meter. Y una vez que han metido, nada de lo prometido” (Tengo que ver con un psicólogo este tipo de asociación de ideas). Vamos, que no importa mucho quienes sean los que prometan. Al final… muchas de las promesas de unos y otros quedarán tan menguadas como esas faldas italianas. O tan puteadas como muchas de esas putas de la Mairena.
Ana Mª Tomás Olivares
Dama Literatura 2009
Blog de la autora